Paisaje

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

El título de la opera prima de Jimena Blanco refiere tanto al cambio de escenario que supone el viaje de las protagonistas (de la provincia a la capital) como a una estrategia fílmica que consiste en demorarse en la observación de los personajes y del mundo que los rodea atendiendo a sus zonas más recónditas. Al comienzo, la cámara captura el aire de una tarde de sol: la languidez, el tiempo que no pasa, las actividades que se encaran sin demasiada convicción, pero también el ánimo expectante de las cuatro chicas, la despreocupación de la adolescencia, la manera en que la espera se les fija en el cuerpo. El dispositivo de la directora es simple pero efectivo: en pocos segundos, la película logra trasladar a las imágenes el estado de las protagonistas.

Paisaje, que transcurre en los 90, pertenece a ese grupo de películas que desde hace algunos años trata de recomponer la experiencia vital de una generación que el cine argentino parece haberse salteado, como si entre la producción industrial de los 90 y el Nuevo Cine Argentino que inicia alrededor del 2000 se abriera un abismo que algunos pocos directores tratan de restituir. La decisión de situar la historia en los 90 supone restricciones que modelan la historia: la más obvia de todas es la ausencia de celulares, que hace verosímil que las chicas se pierdan y queden incomunicadas. El resto es ingeniería narrativa, terreno donde la película se muestra muy poco hábil: la segunda parte, cuando las protagonistas escapan de la fiesta, vagabundean por el centro porteño y surgen conflictos y rencores cruzados, resulta bastante más mecánica y menos interesante que la primera, cuando el retrato del grupo le permitía a la directora detenerse en toda clase de detalles bellos, desde pequeños gestos (un brazo que se tensiona ante el peso del cuerpo, un pelo que se enreda como si fuera una telaraña) hasta la plenitud de grandes movimientos como el pogo en el recital o las caminatas con saltos y juegos. Esa primera parte es de una elegancia tal que la película puede permitirse reducir el relato a una acción elemental (el viaje) y dedicar el resto del tiempo a mirar a las cuatro actrices y a los objetos que las circundan: la directora se aproxima a ellas con pudor pero también con insistencia, consiguiendo en pocos minutos una cercanía notable. La cámara suele filmarlas de espaldas o de perfil, como si se dejaran de lado el rostro con sus emociones más estridentes y se optara por registrar los humores imperceptibles del cuerpo, como la mezcla de seguridad y de duda con la que se recorre una calle desconocida camino a una cita incierta.