Paisajes devorados

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

A Eliseo Subiela nadie le puede negar su carácter de verdadera usina de ideas cinematograficas y expresivas, que le han deparado grandes films que además fueron éxitos. Y si bien en los últimos
tiempos se le ha dado por encarar piezas más humildes o independientes (quizás más abocado a su escuela de cine, en la que incluso transcurren un par de momentos de esta película), mantiene esa llama de creatividad que alumbra, poco o mucho, cada nuevo opus suyo. El director de Hombre mirando al sudeste, -y nombrar este film emblemático de su autoría no resulta caprichoso-, aborda aquí una pequeña obra que se la puede definir, más que como un homenaje al cine, como un tributo enfático, enfervorizado, cuasi militante. Un film que se emparenta extraña y
quizás involuntariamente con el documental Hachazos de Andrés Di Tella, que retrataba al prócer del cine alternativo y experimental
Claudio Caldini.
Como bien ha consignado el realizador en la información de prensa,
los principales destinatarios del film son los estudiantes de cine, ya
que incluso tres de ellos protagonizan la película, que además
posee el valor agregado que su principal personaje esté a cargo de
una eminencia del cine latinoamericano como Fernando Birri. La
locura, como en el título del film de Subiela mencionado, vuelve a
reflejarse en un primerísimo primer plano, ya que esta suerte de
documental apócrifo transcurre en el neuropsiquiátrico Borda,
donde está internado un singular hombre mayor, fabulador, negador
o usurpador de personalidad, presunto cineasta y cinéfilo
comprobado. Detalles que importan pero más aún el significado y el
aliento de sus palabras, sus ideas, de su vuelo poético vinculado de
una manera casi extrasensorial al arte cinematográfico. Pese a que
no destacarse por sus interpretaciones y rubros técnicos, Paisajes
devorados es una experiencia fílmica por la que vale la pena
transitar.