El mundo está loco, loco, loco
La locura (y la reivindicación de los “locos lindos”) ha sido una de las constantes de la filmografía de Eliseo Subiela. Aquí, lejos de la propuesta de, por ejemplo, Hombre mirando al sudeste, el prolífico director apuesta por un falso documental que sirve también como una suerte de homenaje a la figura señera del mítico Fernando Birri. La idea original, esta vez, es más interesante que el resultado final.
Tres jóvenes directores (flojísimas actuaciones) están rodando su película de tesis sobre un misterioso cineasta cuyo paradero se desconoce desde hace décadas. La investigación los lleva hasta el neuropsiquiátrico Borda, donde está internado desde hace mucho tiempo un viejo delirante, fabulador y maníaco-depresivo (Birri, claro). El interrogante, por supuesto, es si se trata o no del legendario artista en cuestión, que tendría además un oscuro pasado familiar y hasta podría estar vinculado a un caso policial.
Los muchachos se fascinan con la figura patriarcal y el poder de seducción que el protagonista tiene en cada uno de los encuentros. El problema es que Subiela le hace decir a su “profeta” (y la barba blanca y el pelo blanco del creador de Tire dié y Los inundados da muy bien para eso) máximas sobre el cine, el arte y la vida (la locura, la muerte, los sueños, Dios y todos los grandes tópicos). Así, entre tanto diálogo ampuloso y recargado y la escasa naturalidad de los intérpretes (Birri es, por lejos, el mejor de todos), la película nunca alcanza la fluidez que todo mockumentary necesita para que el espectador ingrese a y “se crea” ese universo. Una pena porque, por otro lado, se lo ve al Subiela cineasta fascinado (y por momentos fascinante) al regresar a los pasillos, salones y jardines del Borda, consiguiendo unas cuantas imágenes sugerentes y embriagadoras.