Hombre hablando en el manicomio
La última película de Eliseo Subiela narra la historia de un supuesto cineasta, interpretado por Fernando Birri, quien se encuentra internado en el Borda. Tres estudiantes investigan su vida para grabar un documental.
Rantés de vuelta en el manicomio? Probablemente el personaje que interpreta el director Fernando Birri tenga ciertas afinidades con aquella extraña criatura de Hombre mirando al sudeste, el ya clásico título de los 80 del mismo Subiela. Pero las cercanías terminan ahí, en principio, porque la recordada ficción con Hugo Soto de protagonista poco tiene que ver con este falso documental que explora los delirios y las fábulas de un personaje que trasmite fascinación y rechazo en dosis similares. Que el habitante destacable del Instituto Borda se manifieste a través de la figura y la voz de una leyenda como Birri, el gran cineasta de Los inundados y Tiré Dié, considerado uno de los patriarcas del cine latinoamericano, es un punto que la película aprovecha como pequeño acontecimiento. La excusa es el trabajo de tesis de tres estudiantes de cine sobre un supuesto director del que se conoce poco y nada. La investigación comienza a través de las compus pero el lugar de anclaje será el Borda, donde mora esa particular figura, provista de un ambiguo cinismo y de inesperados lapsos de lucidez y bonhomía. ¿Quién es el director de cine que investigan los estudiantes? ¿Quién es ese señor de barba desprolija que filma en forma improvisada las paredes del manicomio?
Subiela sigue confiando en sus personajes que observan más allá de lo permitido. Los ejemplos son extensos y enfáticos al recordar títulos como Últimas imágenes del naufragio, No te mueras sin decirme adónde vas, El lado oscuro del corazón o Las aventuras de dios. Pero también continúa apoyándose en el discurso ramplón, el consejo pontificador y el aspecto recargado de textos poéticos convertidos en aforismos de transparente cursilería. En este punto, las imágenes de Paisajes devorados jamás se ven traicionadas debido al estilo de su director, donde su personaje central se materializa en una especie de oráculo frente a las miradas azoradas y respetuosas de los jóvenes estudiantes de cine. Si además, la figura y voz de Fernando Birri (brillante en lo suyo) son las que aconsejan, estimulan, aclaran, confunden y manifiestan su visión y opinión sobre el mundo, Dios, la religión, el cine y la vida en general, ahí sí se está frente a un film autocomplaciente y ombliguista. Seductor y sorprendente por momentos, vacío y presuntuoso en casi todo el resto.