Érase una vez en el norte colombiano
La nueva película del director de El abrazo de la serpiente (2015) adquiere la forma de un western, al narrar las desventuras del pueblo Wayuu en la década del setenta, cuando esta comunidad se insertó en el tráfico de marihuana con consecuencias trágicas.
La tribu Wayuu habita la árida península de la Guajira al norte de Colombia y noroeste de Venezuela, sobre el mar Caribe. Hablan su propio idioma (utilizado por la película) y siguen una serie de tradiciones ancestrales que determinan su conducta como comunidad. Cuando en la década del setenta se involucran en el tráfico de marihuana comienzan a sumar poder y tener problemas de manera interna y con el resto de las comunidades del lugar.
Podría ser un Spaguetti Western pero no lo es, porque siempre el cine de Ciro Guerra accede a otra dimensión. Una dimensión mítica llena de sabiduría ancestral e incomprensible para el mundo contemporáneo, y una dimensión surrealista en donde los muertos envían mensajes a los vivos y anticipan el destino. De esta manera Pájaros de verano (2018) toma recursos del western y gángster para hablar de otra cosa: la tragedia de la cultura.
El film tiene puntos de contacto con el resto de su filmografía, en cuanto al camino de ambiciones y egoísmos que trazan sus personajes al poner en peligro a su grupo o entorno social. Es que Pájaros de verano a simple vista parece una película de mafias enfrentándose por el territorio en un espacio árido de hombres de pocas palabras, con la iconografía de géneros a su merced. Pero es la manera de desarrollar el film y el lugar que se le da a los rituales de la comunidad, lo que marca el valor trágico de la película. Una verdadera tragedia griega.
Co-dirigida por su mujer y habitual productora, Cristina Gallego, la película tiene el tinte épico de su temática, universal en la forma de ser retratada. Los Wayuu son un caso concreto de un peligro que corre cualquier grupo humano tentado por ambiciones de dinero y poder. La pérdida de los valores que los unifican culturalmente como conjunto de personas son la verdadera tragedia de este relato.
Si El abrazo de la serpiente tenía una propuesta estética y técnica en un sobrio blanco y negro, Pájaros de verano hace un uso radiante del color. El trabajo del sonido otra vez otorga un clima enrarecido en constante tensión, y marca la complejidad y violencia entorno al mestizaje cultural. Ambas películas hablan de lo mismo, la imposibilidad de comprender al otro, se trate de la época de la conquista, de la violenta década del setenta o la actualidad.