La droga es la felicidad del mundo.
La droga nos gobierna, tanto es así que supo enfrentar a grupos de familias anticipando el origen de la lucha por el poder y lo que sería la corrupción del tráfico de la marihuana desde Colombia a los Estados Unidos. De manera ingenua y en su forma más pura sentó las bases del capitalismo y del negocio de la droga que precede a la historia que vimos en películas e infinidad de series sobre Pablo Escobar. Es por eso que se destaca, porque se trata de la historia de una familia que respeta sus raíces y vive con sus propias leyes, hasta que aparece la marihuana.
Entramos en terreno de Pájaros de verano (2018), una película colombiana con la dirección de Ciro Guerra y Cristina Gallego. Durante la época próspera de la marihuana, una década violenta que vio los orígenes del narcotráfico en Colombia, Rapayet (José Acosta) se muestra interesado en casarse con Zaida (Natalia Reyes), hija de la guía del clan Úrsula (Carmiña Martínez), quién determina la dote que deberá presentar para el casamiento, Rapayet toma una decisión que cambiará el rumbo del clan para siempre; su familia indígena se involucra en una guerra para controlar el negocio que termina destruyendo sus vidas, tradiciones y su cultura.
La primera parte es de formato documental, hasta la ceremonia de cortejo que comienza a dar movimiento al film. Los diferentes rituales son bellísimos visualmente, en el primero utilizan el color rojo en movimiento, que contrasta de manera genial con lo lineal del desierto y el color apagado de la tierra, estéticamente muy atractivo. Escuchamos de manera permanente el idioma wayúu que algunos actores debieron aprender. Son excelentes las interpretaciones en general y la fotografía. Basada en una historia real no es correcto; sí podríamos decir, que está inspirada en hechos reales.
La música autóctona y los sonidos aborígenes acompañan el film, también ciertos planos detalles y generales, para realzar las costumbres de los wayúu y situarnos en un lugar aislado y puro hasta que llega el capitalismo.
Rapayet es una figura vacilante, no crece en el transcurso de la película; un problema de guion que no conoce en profundidad a uno de sus protagonistas. Por lo tanto hubo una falla fundamental en cuanto a la construcción de los personajes principales, puesto que no podemos imaginarnos los motivos por los cuáles cada uno está parado en el lugar en el que los exponen y sus justificaciones desde que los conocemos, logrando cierta distancia para el espectador y dejándonos fuera de la historia. Quizás buscar nuestra empatía hubiese sido un acierto, sin embargo, es lo que no se logró ni se buscó, en apariencia.
La locación más imponente, es una virtuosa y lujosa casa en el medio del desierto, y su utilería, la escenografía y el gran contraste con las chozas en las que vivían.
Una película de la que esperaba mucho más, emoción, sentir identificación desde el corazón con las motivaciones de los personajes, un final que otorgue un cierre abierto o no, pero que emocione. Porque es el comienzo de una guerra vigente y que continuará porque el poder que otorga el dinero es el que maneja el mundo de una manera imparable, en donde no existe la justicia y los inocentes son mayoría. Lo que sentí es que no tiene alma y habla del tema más injusto que nos involucra a todos. Sin embargo destaco un mensaje: las ansias del poder y el dinero te pueden corromper al punto de elegirlo por sobre tu familia, lo más importante y eterno de tu vida. Esa es la famosa y peligrosa grieta que nos atraviesa y a pesar de la enorme impotencia que sentimos, seguiremos sometidos.