Admiro a Diego Capusotto como comediante y el grupo que lo sigue desde Cha Cha Chá y Todo por $2, que dirigía justamente el mismo Néstor Montalbano, pero nunca fui un seguidor fidedigno de sus programas o unitarios televisivos. En cambio sí he visto Soy Tu Aventura, donde el dúo Luque / Capusotto era acompañado por el finado Luis Aguilé y El Regreso de Peter Cascada (aunque en realidad Montalbano debutó con el thriller Cómplices con Oscar Martínez y Jorge Marrale).
Lo cierto es que las tres obras previas del director hacen hincapié, mucho más que su trabajo televisivo, en la nostalgia, en la cultura y humor argentino de fines de los ‘60s hasta mediados de los ‘80s. Lo cual no está mal. Los resultados son, quizás, dispares : por momentos vemos humor disparatado, bizarro, burdo, mezclado con escenas más sentimentales, oscuras, profundas, e incluso críticas con la identidad de los argentinos.
Sus historias intentan rescatar la cultura de pueblo chico alterado por personajes de ciudad, que se escapan del contexto urbano y encuentra “un lugar en el mundo” en dicho pueblo del interior del país o personajes que regresan a sus raíces, y descubren que no pueden alejarse del sitio donde se criaron y se formaron .
En este sentido, Montalbano es un nostálgico, sentimental incurable, en el buen sentido de la palabra, que transmite este “mensaje” en toda su obra, por lo cual deberíamos considerarlo como uno de los “autores” más subvalorados del cine argentino. Si bien hay bastante referencia de Enrique Carreras en sus películas, el director toma los mejores aspectos de sus obras, las mejores intenciones, las imágenes más recordadas, y las transforma en íconos de un cine sin retorno, que pareciera que muchos realizadores contemporáneos se niegan a admitir que existió. Soy defensor de la frase que dice: “un cine que no mira el pasado, no mira su historia, no mira sus orígenes, no tiene futuro”.
Ciertamente, pocos se acuerdan hoy en día que el cine de Carreras fue el cine con el que se criaron. Pocos saben que no existiría hoy un Diego Capusotto, sino habría existido, por ejemplo, un Alberto Olmedo.
Pero no nos vayamos por las ramas y hablemos de Pajaros Volando.
Absurdo absoluto, mezclado con sensibilidad hippie, el guión del actor y humorista Damián Dreizik tiene una estructura bastante sólida, y nunca cae en golpes bajos, sentimentalismo barato o situaciones forzadas. Un abanico de personajes desfilan por el pueblo, evocando al extremo el carácter del estereotipo del hippie (Cantilo), el rockero, el socialista vegetariano anticapitalismo (el propio Dreizik), los artesanos provincianos, los músicos norteños (Oski Guzmán en una caracterización grotesca) o el gaucho (Mesa). Los personajes le aportan color, diversidad y múltiples subtramas que alargan un poco innecesariamente el relato. Todos estos , los cuáles algunos solo están incluidos para aportar gags, cómplices del conocimiento que tiene el espectador sobre el actor que los interpretan, pueden terminar agobiando un poco. Simplemente porque no todos los chistes son igual de efectivos y porque durante la segunda hora, algunas situaciones se tornan un poco monótonas y repetitivas. Aún así, por momentos afloran escenas de mucho ingenio (especialmente al final) y gags lisérgicos imprevisibles.
El trabajo técnico es destacable. Teniendo en cuenta que la fotografía reposa en el veterano Marcelo Iaccarino, se puede apreciar un tono visual elaborado, mezclado con efectos especiales, en general muy bien diseñados. Si bien, las noches impostadas resaltan demasiado, las naves espaciales y la interacción de actores con animación es bastante creíble.
El mayor problema de la película en sí, no son los aspectos cinematográficos, sino la sensación de podría haber sido todavía más bizarra, más grotesca, satírica, ocurrente y transgresora de lo que termina siendo.
Si bien el personaje de Capusotto remite al trabajo que el comediante realiza actualmente en Peter Capusotto y sus Videos, el asiduo espectador sabe que el actor puede volar más alto aún. Tiene demasiada competencia desaforada de Luis Luque, que con su apariencia, completamente inusual a la que se le conoce, y la prepotencia que lo caracteriza termina “tapando” al protagonista. Para decirlo llana y directamente, Luque es un monstruo que se come la película.
Entre los secundarios quedan muy bien parados, Verónica Llinás, que dentro de un mundo surrealista le aporta naturalidad a su personaje y Damián Dreizik, en un personaje que escribió a su medida. Desaprovechados aparecen Guzmán, Mesa y Flechner, como una comisaria que no termina de destacarse. Por otro lado, los pequeños aportes de Lola Berthet, el Ruso Berea, Cafiero y Victor Hugo Morales son mucho más acertados y efectivos en cuanto a comicidad.
Más allá de sus desniveles narrativos, de tono y artísticos, Pájaros Volando es una comedia con remanentes del cine clase B y los primeros video clips, que viene a rescatar dos décadas perdidas del cine nacional; que apuesta por un lenguaje muy argentino, por la nostalgia. Que no tiene mayores intenciones que provocar risas fáciles.
Teniendo en cuenta, que el resto de las comedias argentinas comerciales que se estrenan en esta época, terminan abrumando y aburriendo por su falta de imaginación, y sus remanentes televisivos, una película como la de Montalbano es un verdadero hallazgo, ya que a pesar de usar fórmulas que fueron efectivas en televisión, su director le agrega un lenguaje cinematográfico, lamentablemente inusual en este tipo de propuestas.
Mejor pájaro en mano, que cine volando.