Antes de hablar de Black Panther: Wakanda Forever , debo Generalizar: el cine, desde su transformación en medio masivo, tiene su dilema fundante, ser arte e industria al mismo tiempo. Y no digo nada nuevo: a pesar de que a través de las décadas la balanza ha tenido sus vaivenes, con épocas de mayor o menor desequilibrio, convengamos que ha sido en gran medida el valor mercantil el que ha prevalecido.
En ese sentido, hace unos días, Tarantino comparaba en una entrevista para el L.A Times el panorama cinematográfico actual con el previo a la irrupción del New Hollywood a fines de los 60s, trazando un paralelismo entre el sistema de estudios de entonces y el que hoy conforman las plataformas de streaming junto a los grandes conglomerados mediáticos. Y del mismo modo se relamen los cineastas, según Quentin, porque caigan las películas de superhéroes como en el ayer lo hicieron los musicales acartonados producidos en serie.
Difícil no empatizar ante ese anhelo cuando, incluso incorporando directores de “prestigio” (caso Chloe Zhao) y disponiendo de presupuestos record entrega tras entrega, no se propone innovación alguna ni en las narrativas ni en las estéticas de las películas que forman parte del MCU.
Black Panther: Wakanda Forever se pliega a ese estatismo mercantilista. Sortea con suficiente respeto el atroz fallecimiento de quien iba a ser su protagonista, Chadwick Boseman, haciéndolo eje de una trama confeccionada a las apuradas, acorralada por la maquinaria de la fase 5 ya puesta en marcha, que no consigue un peso específico más allá del efecto del duelo y la emotividad utilizada como motor dramático.
A la objeción habitual al análisis (“No se le puede pedir valor artístico a películas que buscan entretener”) Black Panther: Wakanda Forever responde por sí sola: es bien solemne, como su galardonada predecesora.
Esta vez Marvel lo tiene más justificado que nunca. El fallecimiento de Chadwick Boseman (T’Challa en la ficción) en 2020 marcó el proyecto: implicó la reestructuración completa de un primer guión ya casi finalizado de la mano de Ryan Coogler —también director y guionista de la primera entrega— y hasta se barajaron nombres desde la compañía para sustituir a Boseman en el protagónico, luego descartados ante el rechazo que un reemplazo supondría en las audiencias.
Pero cancelar jamás, el show debe continuar. Más cuando Black Panther supuso para Marvel no sólo el rédito económico sino también el reconocimiento de la academia. El tratamiento de problemáticas raciales y la consecuente extensión de su presencia en las premiaciones más allá de las categorías de efectos especiales.
El resultado de este cueste lo que cueste es un sentido homenaje inicial. Eficaz, que podría haber golpeado más bajo —valorable esa mesura viniendo de Disney—, pero que apresa al resto de la trama. Tanto depende de la ausencia de T’Challa, tanto se preocupa por señalar su insustituibilidad, que no puede despegar.
Black Panther: Wakanda Forever se deshilacha en su estructura y se aletarga, con largos baches al introducir conflictos internos y nuevos personajes. Ni los arcos narrativos ni las actuaciones soportan los valles entre los puntos de giro. Muy tarde, promediando casi las dos horas en una película que dura 161 minutos, es que el relato se encauza y agarra ritmo cuando Shuri (Letita Wright), la hermana de T’Challa, toma finalmente la posta y se pone el traje de Black Panther,
Pero hasta que llega ese tardío clímax se avanza en círculos. Sin mucho rumbo. Sin saber bien qué priorizar, apenas plantando disparadores para las escenas de acción, como siempre inobjetables, el punto fuerte de Marvel junto a la ambientación, y para el enfrentamiento con el nuevo antagonista: Namor.
Namor y su civilización probablemente sean lo más propositivo de la película. A nivel dramático la primera aparición de los talokianos en clave de género, utilizando recursos del terror, es de lo más interesante de la película. Quizá de las pocas escenas donde se rastrea la mano del director. En lo visual deslumbra la ciudad acuática. Pero en términos narrativos la historia de origen de esta civilización inspirada en los Mayas y los Aztecas carece de profundidad. Un guiño vacío, marketinero, para el público hispanohablante.
Más aún al tener presente el dato de que en el cómic Namor y los talokianos eran originarios de la Atlántida. Una modificación, en fin, que parece más fruto de las estadísticas recabadas de los focus group que de una genuina preocupación desde Marvel por explorar con detalle y pericia la historia de pueblos masacrados por el colonialismo. Como ya es sello de la casa, es una aproximación profiláctica: un chapoteo en la confortable pelopincho de lo políticamente correcto, el autofestejo bobo al ahondar superficialmente temáticas históricas y profundas, pero siempre punzantes y actuales.
En esta tónica se mueve Black Panther: Wakanda Forever. Definiendo la especificidad de la saga dentro del MCU. El lugar donde Marvel y Disney alzan la bandera de los más elevados valores ético-políticos. Ahora, también, lucrativos.