FIGURAS DE MÁRMOL
Voy a decir algo que todo el mundo sabe: los superhéroes y sus historias son representaciones/metáforas/alegorías/símbolos de muchas cosas, que a menudo son intencionales y otras -las menos- constituyen interpretaciones por parte de las audiencias. Pasa con los cómics originales, pasa con las adaptaciones cinematográficas y televisivas, pero para que eso suceda se requiere una condición indispensable: que primero importen los personajes, que se pueda empatizar con miradas y conflictos, es decir, que se pueda conectar con ellos como personas. Para ponerlo en términos concretos: los Guardianes de la Galaxia pueden transmitirnos que las familias pueden tomar toda clase de formas, aún disfuncionales según los parámetros dominantes, porque primero podemos conectarnos con ellos como individuos y como grupo afectivo. Sin embargo, Pantera Negra nunca entendía eso y construía protagonistas que pretendían ser símbolos -de inclusión, de feminismo, de deberes éticos, de heroísmo afroamericano, de la cultura africana y un largo etcétera- antes que sujetos con ambigüedades, porque al fin y al cabo todo se trataba de transmitir un discurso que interpelara la corrección política dominante.
Ahora llega Pantera Negra: Wakanda por siempre y, a la impostación previa, se suma -o quizás refuerza- un mal adicional, que es la soberbia. O más bien, un tipo de soberbia donde se enlaza lo pretencioso con la prepotencia, que se afianza en el éxito abrumador de la primera parte y en el consenso adicional que se generó con el fallecimiento de Chadwick Boseman. A no confundirse: era totalmente lógico que esta continuación girara alrededor de la pérdida, el dolor, las ausencias, la memoria y el duelo, porque ya de hecho la entrega anterior también sobrevolaba esos temas. Pero un tópico o evento no otorga una legitimidad automática, algo que es ignorado por completo la película y sus realizadores. De ahí que el relato, donde confluyen los intentos de la familia gobernante de Wakanda por superar la súbita desaparición de T’Challa con el surgimiento de una amenazante civilización que viene de las profundidades, tome como obvio que cualquier espectador debe sentirse automáticamente conmovido por todo lo que sucede o se dice.
Y se dice mucho en Pantera Negra: Wakanda por siempre, siempre con un tono y una estética de mármol. Todos los personajes están enunciando con palabras -casi siempre bien explícitas- lo que les pasa, lo que sienten otros, lo que corresponde o no hacer, qué está pasando y por qué, como si no hubiera otra forma de contar los conflictos que se van acumulando con llamativa pereza narrativa. Incluso cuando despliega ideas a priori interesantes -como en la secuencia inicial, que arranca en medio de la acción-, el director y coguionista Ryan Coogler las termina arruinando en base a monólogos o diálogos que demuestran una falta de confianza absoluta en el poder de las imágenes. Si el diseño de arte y la discursividad vacua eran un gran lastre en la primera parte, eso se potencia aún en esta nueva entrega, que encima, a pesar de disponer de un altísimo presupuesto, no es capaz de hilvanar una escena de acción decente.
Y como si esto no fuera suficiente, Pantera Negra: Wakanda por siempre no solo es larga, sino que se siente muy, pero muy larga, abrumadoramente larga. Eso sucede por una razón muy simple: una trama que podría haberse resuelto en dos horas termina estirándose cuarenta minutos más, con varios finales que se acumulan en los últimos minutos, al estilo de El Señor de los Anillos: el retorno del rey. Aunque claro, en el film de Peter Jackson había personajes potentes, creatividad estética, riesgos en unas cuantas decisiones. Acá no hay nada de eso y eso lleva a que todos los hilos queden a la vista: desde esa noción un tanto reaccionaria donde todo en Wakanda es bueno, mientras que todo lo exterior es malo -una mirada casi trumpista, pero del lado progre-; hasta la hipocresía de realizadores y actores, que quieren colocarse en el lugar de emblemas de la cultura africana, cuando no son mucho más que niños ricos de Hollywood montando un numerito de inclusión y diversidad para la tribuna. No se trata de que esté mal pretender o fingir, porque al fin y al cabo estamos ante una ficción, sino de que esa ficción quiere constituirse en verdad irrevocable, cuando su estructura hace agua por todos lados. Pantera Negra: Wakanda por siempre es Marvel en su versión más arbitraria y pedante, un bodoque tan irritante como cansador.