Nació el superhéroe que un pueblo esperaba
Chadwick Boseman se pone en la piel de Pantera Negra, el nuevo superhéroe de Marvel que ruge frente al racismo.
Estamos ante la película más política del universo Marvel y no a modo metafórico, como supieron serlo las primeras entregas de X-Men (perfectas alegorías sobre la marginalidad). Esta vez la propuesta es explícita, difuminando la frontera entre película de superhéroe y thriller político.
La impresión que deja Pantera Negra es de alta consistencia narrativa, detalle para nada menor considerando que es el mito fundacional del superhéroe, y esta clase de películas, abocadas a explicar el nacimiento del personaje, ingresan siempre en dos compartimentos: el antes y el después de la adquisición de poderes o la decisión de usarlos. Por eso las segundas partes del género suelen ser más atractivas: el héroe ya existe, no hace falta explicar nada, sólo verlo en acción.
Aquí Ryan Coogler, guionista y director, ejecuta una maniobra arriesgada: hacer confluir la parábola de T'Challa/Pantera Negra con el reposicionamiento geopolítico de Wakanda, un país tercermundista ficticio. Todas las crisis que transita Wakanda enriquecen y complejizan a T'Challa, y viceversa. La economía dramática es prodigiosa y favorece la fluidez del relato. La asunción de un nuevo Rey, el respeto sacro por las instituciones y el pasado, las inminentes guerras civiles, el dilema entre proteccionismo o expansión al mundo: estas cuestiones políticas se convierten en metonimia del conflicto interior de T'Challa. Para Ryan Coogler, personaje y pueblo son igual de importantes, un ente indisociable.
Se percibe mucho respeto al momento de recrear una cultura que combine el folklore de las tribus africanas con tecnología de punta. De la unión entre lo tribal y lo futurista uno esperaría cierto eclecticismo bizarro, pero lejos de eso, e inclusive sin emparentarse con el mundo de Thor, el Wakanda de Pantera Negra luce absolutamente creíble y carismático.
Hay un trasfondo que atañe a uno de los personajes centrales que peca de altisonancia y oportunismo. Un subrayado innecesario que conecta la historia de la negritud y que problematiza la esclavitud y el racismo. Por ser una película discursivamente habilidosa, semejante bache es imperdonable, casi una intromisión de la corrección política de Hollywood, afectada y chillona. Por esto mismo tampoco sorprende que su desenlace sea diplomático y reformista hasta el absurdo.
Por supuesto que no todo será política ni drama cortesano: habrá dosis de humor, tensión romántica y sofisticadas secuencias de acción (atentos con la persecución en Corea del Sur). El apartado musical a cargo de Ludwig Göransson fusiona con desfachatez cantos étnicos con gran orquesta, y desde la dirección artística hay que reconocer que Wakanda es bello sin caer en el cotillón new age de Avatar. El elenco es en su totalidad negro salvo dos notas disonantes: Martin Freeman como un agente de la CIA y el excelente Andy Serkis encarnando a un villano de esos que se extrañan en el cine: gracioso y escalofriante.
Pantera Negra podría resumirse como el costado DC de Marvel. Pero bien hecho, con elegancia en su gravedad y soltura en su edificación intelectual.