Neuróticos anónimos
Jason Bateman y Jennifer Aniston, en una comedia de enredos sobre un hijo inesperado.
Las promociones dirán, obviamente, que es una comedia romántica con Jennifer Aniston. Y no mentirán ya que, en cierta manera, lo es. Pero en realidad se trata de algo diferente. Más que ella, el protagonista es el notable Jason Bateman (el padre adoptivo de La joven vida de Juno , el jefe de Clooney en Amor sin escalas , el protagonista de esa gran y poco vista sitcom que fue Arrested Development ).
Bateman es un gran comediante -gran actor- y aquí encarna a Wally, un neoyorquino neurótico y pesimista que puede competir tranquilamente con Woody Allen en depresiones y obsesiones macabras. Pero es más joven y “presentable”, por lo cual su personalidad termina siendo insoportable para quienes lo rodean. Y especialmente para sus citas, quienes tras escucharlo un rato, o largan a llorar, se deprimen o directamente abandonan la salida.
Pero Wally tiene un cable a tierra y ella es Kassie (Aniston), con la que salió brevemente tiempo atrás (imaginamos que ella no toleró su oscuridad y/o sus sweaters rayados) y ahora han quedado como mejores amigos. Kassie ronda los 40 y quiere tener un bebé. A falta de pareja, optó por la inseminación artificial, algo que a Wally le molesta y fastidia. ¿Por qué no su esperma? Bueno, Kassie le confiesa que no desea que su hijo tenga genes parecidos a los suyos...
Kassie se embarca en un proceso por el cual conoce a un profesor universitario (el rubio Patrick Wilson) que ofrece lo suyo porque necesita dinero para comprar una casa con su novia. Y la amiga de Kassie (Juliette Lewis) arma una fiesta alrededor del evento. Y Wally, en el primer momento clásico de enredo del filme, borracho y frustrado, termina sin querer reemplazando el esperma del donante por el suyo. Pero nadie se entera. Ni él mismo, de hecho, demasiado pasado de copas.
Kassie queda embarazada, se va a tener a su hijo a su pueblo natal, pasan varios años y vuelve a Nueva York. Wally, igual que siempre. ¿Qué ha pasado en el medio? Lo imaginable: el niñito es una copia fiel al padre. Y mientras Kassie se reencuentra con el que ella cree que es el verdadero (que se separó), el niño comienza a relacionarse con “el tío Wally” con las previsibles confusiones.
La rareza de Papá por accidente es que es un filme a mitad de camino entre dos géneros. Parece pivotear entre la comedia dramática, digamos, “independiente”, con Bateman como un personaje al borde de la depresión crónica y centrada en sus problemas de conexión con el mundo: es allí donde el filme hace notar que proviene de un texto de Jeffrey Eugenides, el autor de Las vírgenes suicidas y Middlesex : se trata de un cuento titulado Baster y publicado en The New Yorker en 1996. El filme lo toma, apenas, como punto de partida.
Y, por el otro, propone los conflictos y enredos típicos de la comedia romántica convencional, con escenas que no parecen del todo corresponderse con las demás (en especial, la involución del personaje de Wilson) y que quedan un poco descolocadas aunque, sin duda, ayudarán a que la película sea más comercial. Un poco Allen, un poco Stiller, el secreto es Bateman, especialmente cuando debe lidiar con su “mini-yo” (Thomas Robinson) en escenas que son graciosas y tiernas. La “envoltura” del filme de Will Speck y Josh Gordon (los mismos de la bizarra comedia con Will Ferrell, Blaze of Glory ) es curiosa pero no termina de arruinar lo que es, en definitiva, la pintura de un hombre en crisis, que no sabe bien cómo afrontar su vida hasta que la realidad se le presenta y lo obliga a tomar decisiones importantes. Entre ellas, abandonar los sweaters con rombitos. No da.