Se supone que el crítico –los que aspiramos a serlo–, a la hora de sentarse a juzgar una obra debe escribir un texto argumentativo –con mucho, o poco, de literario– y fundamentar cabalmente su hipótesis, en nuestro caso: tal película es buena o tal película es mala, con sus variantes, claro. Se supone. Se supone también que el crítico mira muchas, muchísimas películas para tener un corpus lo más amplio posible, y por eso además lee como un condenado acerca de cualquier cosa, porque el crítico debe ser ante todo curioso. Debe contar con muchas herramientas. Pero, aunque por momentos no parezca, el crítico es una persona, y a veces el capricho, el gusto, la subjetividad pura se entrometen en el camino de la argumentación, y uno, que aspira a ser ése crítico, se encuentra diciendo: “No está mal”; “No me termina de convencer”. En ocasiones, una película un sábado a la tarde en julio no es la misma que la de un lunes de marzo a la mañana. Y ahí, quizá, nos encontramos “flojos de papeles” para argumentar a favor o en contra de una película.
The Switch (como demasiadas otras veces no voy a dignificar el titulejo local) me deja floja de papeles. No sé si es mi reloj biológico que hizo migas con el del personaje de Aniston, si fueron mis hormonas que andan como locas, si fue Jason Bateman que me vende cualquier cosa o si fue el jueves a la tarde, pero a mí esta película me gustó mucho. The Switch es previsible y no nos cuenta nada nuevo: Kassie es una mujer que araña los cuarenta y tiene deseos de ser madre, pero como no está dispuesta a esperar al “hombre indicado” –como si tal cosa existiera–, decide recurrir a un donante (como en la película esa con Jennifer López, pareciera que para actuar de inseminada artificialmente hay que llamarse Jennifer). Kassie tiene un mejor amigo, Wally, un pesimista, un neurótico, un Seinfeld, un Larry David, ese amigo necesario que te baja a la realidad de un hondazo. En una noche de borrachera, en plena “fiesta de inseminación”, Wally tira “sin querer” el semen del donante y lo reemplaza por el suyo, de lo que se olvida por años. Kassie se muda de Nueva York a su ciudad natal para tener a su hijo y vuelve a los siete años (un prolijo cartel establece el tiempo) con un mocosito llamado Sebastian que es igual a Wally, neurótico, oscuro y de ojitos tristes. Como verán, la trama no es mucho más que una sucesión de lugares comunes. Pero a mí esta película me gustó mucho.
Es que por otro lado Bateman y Aniston funcionan muy bien juntos; los diálogos, sin ser brillantes, tienen rapidez y un buen timing; los personajes secundarios, si bien están algo desaprovechados, aportan gracia y suman en el momento en el que la película oscila hacia la comedia (nunca se define del todo entre la comedia y el drama); el nenito es la mar de encantador (o tal vez sigan siendo mis hormonas) y está una cinematográfica Nueva York de fondo. Y no tengo mucho más para agregar, la película va remontando conforme pasan los minutos y hacia el final tiene un gran momento en el que no se explica nada y lo que pasa parece abrupto e irreal, pero es que en verdad ya no hay demasiado para decir ni mostrar y la película se hace cargo de su condición de “comedia romántica” sin más trámite. Es cierto que se borra un poco con el codo la personalidad de Wally en función de un cierre familiero, pero por ahí queda un portarretrato que nos dice que quizá no tanto. Y no puedo defender más que con estos flojos papeles a The Switch, no es una gran película, quizá en unos meses ni siquiera sea buena. Pero a mí me gustó mucho.