El cambiazo
En Baster, el pequeño relato que Jeffrey Eugenides, una pareja de novios queda embarazada y aborta, más luego se separan y después de unas idas y vueltas sin que ninguno haya formado pareja estable, la chica, que ve que su reloj biológico la apura, decide tener un hijo por inseminación con esperma de un donante extraño. En tanto, el antiguo novio, despechado por verse afuera de una condición de padre que antes se le negó y que ahora se le regala a un desconocido, decide intercambiar la materia prima ajena por la propia y volverse padre por engaño cual venganza secreta contra su novia y contra el destino. Así termina la obra de Eugenides y allí es donde empieza Papá por accidente, la película que nos convoca y que dice basarse en esta obra publicada por el New Yorker en 1996.
Pero, aunque se declare la inspiración con nombre y apellido, las diferencias entre inspirador e inspirado son notorias y de raíz, porque la primera es una historia de neurosis y traición, mientras que la segunda es, y no debemos perder nunca de vista esta condición, una comedia romántica que cumple con todos y cada uno de los requisitos que el género exige.
La película también arranca con el cambiazo del blanco elemento (por eso, el mucho más potable título en inglés es The Switch), pero el trueque no se hace con ansias de venganza sino por una borrachera . De hecho, el padre se entera de su condición de tal siete años después, cuando el fruto de su simiente se le presenta en vivo y en directo y resulta tener sugerentemente el mismo carácter “difícil” de su progenitor. El tipo será un neurótico y pesimista de aquellos (así lo vemos al siempre solvente Jason Bateman), pero no es un jodido como su alter ego literario, o sea que siempre habrá lugar para la redención.
Y acá, disfrazados y modernizados, pero siempre los mismos viejos conocidos, operan a pleno los principios de la comedia romántica. Está la pareja que todos sabemos (menos ellos, está claro) son “el uno para el otro”. También está el conflicto: uno es inmaduro amargado y la otra quiere crecer. Y por último, la revelación que produce el cambio y asegura la posibilidad de amor eterno, acá a la sazón, la subconscientemente deseada, pero no buscada, experiencia de la paternidad.
Está dicho, Papá por accidente es decididamente una comedia romántica, pero la pregunta del millón es si es una de las buenas. Bueno, acá las cosas no están tan claras. Para empezar, y sobre todo para los que nos gusta el género, debemos agradecerle que sea una comedia entretenida. Sin embargo, el primer problema lo trae Jennifer Aniston: la pobre no proyecta otra imagen más que la sombra de la Rachel de Friends, y cuando le vemos esa cara cachetona de nada entendemos por qué Brad Pitt la amuró para irse con la tocadita Jolie. Por el contrario, a Jason Bateman le creemos que es un tipo problemático pero con posibilidades, y su relación con el nene anota los puntos más altos de la película. Nos cae irremediablemente simpático que, por ejemplo, le aconseje a su hijo hacerse el loquito raro para que los chicos no lo ataquen en el colegio o que termine con resignación ?y un poco de alegría? sacándole los piojos, especie de karma universal que convierten a un niño en paria social.
Aunque por la relación señor inmaduro-niño freak podría parecerse, esta película no es Un gran chico. Para eso le faltaría primero aprobar unos cuantos niveles en la escuela de guión de Nick Hornby, pero además, y acá viene el segundo problema que nubla los resultados del film, el final deseado que busca Papá por accidente no es el crecimiento personal del protagonista sino la concreción de una pareja feliz. About a boy tenía la inteligencia de no engramparle a Hugh Grant la madre hippie del nene, pecado en el que sí cae el film de Josh Gordon.
Es que, como viene denunciando hace tiempo este blog, esta película también es víctima del “síndrome los Benvenuto” (entendido como la pulsión irrefrenable de aplicar en forma irrestricta el principio “lo primero es la familia”). Entonces, presenciamos con lujo de detalle cómo Bateman gana en madurez por el contacto con su hijo, pero ¿qué pasa con la madre? Papá por accidente parecería decirnos que basta con ser un buen padre para convertirse inmediatamente en un buen marido, y que alcanza con compartir el proyecto común de una familia para que una mujer se convierta en la indicada. Acorde con esa idea, la película se olvida de mostrarnos cómo crece la empatía entre la pareja protagónica y se contenta con ofrecernos como solución para el final la ecuación buen papá = buen esposo. Todos sabemos que con esa condición no alcanza, pero a la película, a los fines narrativos que persigue, parece no importarle.
Por eso, podemos perdonarle que para convertir el texto de Eugenides en una comedia se tiña todo un poco de rosa y se nos ahorren resentimientos, abortos y crueles venganzas reemplazándolos por amigos, borracheras y padres cariñosos. Aunque no estoy tan segura de hacer la vista gorda a una simplificación que nos impida el placer de disfrutar, paso a paso, de la experiencia de ver a dos personas enamorándose u odiándose. Se sabe que para eso vemos comedias rosas y no debería haber motivos morales, demográficos o reproductivos que nos priven de ese derecho.