¡John Travolta, yo te banco! El tipo tiene la extraña capacidad de bucear en las profundidades de personajes recios, malvados y de armas tomar, o de apenas chapotear en la liviandad más absoluta de las comedias vetustas y simplonas que llegan con una precisión de relojería cada verano a la cartelera porteña, y siempre caer de pie, sobre todo con éstos últimos personajes bonachones y carismáticos que a John le salen prácticamente “de taquito” y los dota de una magnética verosimilitud. Es difícil creernos al lisérgico Ryder de esa sabrosa grasada que es Rescate en el metro 123, un tipo siempre al palo –no sexual sino emocional -, motoramente sobrerevolucionado y gesticulante al por mayor. Sí le creemos, en cambio, al ganador, chamullero, simpático, comprador y seductor que es el Charlie de Papás a la fuerza, quizás hermano menor del Jack de Alec Baldwin en Enamorándome de mi ex. Ambos personajes enseñan sonrisas blancas de publicidad de dentífrico y no sólo cargan con soltura y orgullo sus panzas sino que la utilizan como principal arma de seducción. Véanlo a Alec Baldwin y la sonoridad perfecta de su pequeño fitito recubierto de piel, semicírculo perfecto de grasa acumulada, oda a los excesos etílicos y gastronómicos, cuando se desnuda frente a su ex mujer. Véanlo a Travolta y su barriga menos producto de la cerveza y la comida que del inexorable paso de los años, coqueteando con cualquier exponente del sexo opuesto que aluda soltería. Pero es una lástima que a estos bonachones los una la desdicha de estar embarcados en un crucero que difícilmente se mantenga a flote: Charlie y Jack merecen ser salvados antes de que sendas películas se hundan en las letales profundidades de la chatura narrativa, la previsibilidad tanto argumental como constructiva, la mirada descalificadora a quien no encaja en el canon perfeccionista norteamericano –en este caso burlándose de las costumbres orientales- y la ramplonería moral más conservadora del cine yanqui. Ah, también está Robin Williams, más molesto e intolerable que siempre.