Emocionar... como sea
Fútbol, amigos, crisis laborales, negocios y una enfermedad terminal. Con esos elementos está construida esta tragicomedia que por momentos resulta demasiado forzada, subrayada, como si estuviera diseñada con el mandato de conmover como sea, a cualquier precio. El problema es que en cine uno no puede verse obligado a reaccionar de determinada manera. La emoción se genera o no, surge cuando está trabajada con buenos recursos, pero cuando una película está delineada de manera artificial para ser inevitablemente “entrañable”, “emotiva” y “humanista”, pasa lo que ocurre con Papeles en el viento: no le crees, le ves las costuras. Y, entonces, esa emoción impuesta que no se produce deviene en golpe bajo y se traduce en irritación.
Papeles en el viento es como una película de Campanella sin la eficacia de Campanella. O sea, podrá gustar más o menos El secreto de sus ojos, pero las actuaciones, el tono, el “cuentito”, la narración resultan irreprochables. En este caso -trabajando también como en aquel caso sobre una novela de Eduardo Sacheri- Taratuto no logra articular diálogos y situaciones verosímiles. Todo resulta demasiado calculado y ampuloso. Una pena porque en No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer y La reconstrucción había demostrado méritos suficientes como para pensar en un resultado mucho más alentador.
Tampoco ayudan las actuaciones con escasa carnadura de buenos intérpretes como Diego Peretti, Pablo Echarri y Pablo Rago, la obvia estructura en flashbacks donde se muestra la etapa final del cáncer del personaje de Diego Torres, la música sensiblera de Iván Wyszogrod, o los personajes secundarios casi sin desarrollo. Para colmo, la resolución de la trama futbolera (los protagonistas manejan el pase de un jugador del interior) es por demás ridícula e inverosímil para quienes conocen mínimamente cómo se maneja el negocio en la actualidad. Papeles en el viento, con todo, no es una mala película, pero sí una importante decepción.