Jugador en toda la cancha
Así como la pasión por el futbol es algo inerte e intangible, con la amistad pasa exactamente lo mismo o por lo menos eso es lo que quiere dejar expresada la pseudo moraleja de Papeles en el viento, último opus de Juan Taratuto inspirado en la novela homónima del escritor Eduardo Sacheri, también guionista de Metegol de Juan José Campanella.
La conjunción de elementos entre la animación de Campanella y este drama de corte costumbrista, ligado a los cánones del cine industrial con pretensión de masividad, gira en torno al futbol tanto como negocio o trampolín para salir del pozo económico con la compra y venta de jugadores por un lado, y por otro con el sentimiento que implica seguir a un equipo desde la infancia y compartir con los amigos ese ritual semanal a pesar de las diferencias o los avatares de la vida. Ese pequeño pero gran detalle que corona la amistad entre Mauricio, Fernando, el Ruso y el Mono (Pablo Echarri, Diego Peretti, Pablo Rago y Diego Torres) será la vara por la que se mida cada conducta individual a partir de la ausencia de uno de ellos así como el legado para la pequeña Guadalupe.
Pero como se dice en la jerga futbolística hay pocos jugadores de toda la cancha y en ese sentido Papeles en el viento es un cabal ejemplo porque Juan Taratuto no encuentra el equilibrio entre la idea de la pasión futbolera con su mística (algo que cualquier historia de Roberto Fontanarrosa reflejaría sin lugar a dudas) y la sinuosa amistad entre un amigo con éxito y dos fracasados pero leales a la causa.
Sin embargo, el director de Un novio para mi mujer siempre consigue tensar los mecanismos de identificación primaria y que el público reciba empáticamente la épica cotidiana de los personajes que parecen buscar revancha en el partido de la vida, en una cancha que viene muy complicada y sucia sabiendo que al final del partido entregaron hasta lo último y dieron todo por el equipo. Mentalidad sumamente argentina, que encuentra aparentemente la aprobación del autor de la novela y del propio Taratuto.
Quizá resulte cuestionable el detonante del melodrama (¿Era necesaria la enfermedad terminal?) y la idea de estructurar el relato a partir de largos flashbacks para justificar de cierta manera la presencia del jugador ausente, pero lo cierto es que desde el punto de vista de la historia no hay tantos escollos a la vista como para encontrarle defectos en cuanto a la cohesión interna del relato, el ritmo y su fluidez.
Esta vez los personajes secundarios sobre todo el de Daniel Rabinovich no sorprenden demasiado y las veces que se apela al humor (pocas por cierto) la efectividad sólo llega de la mano de Diego Torres y su histrionismo habitual.