Colgado del travesaño
Soy hincha de Racing. Eso significa que pienso -o más bien siento- que los hinchas de Independientes son seres amargos y pecho fríos, y esto lo digo tratando de ser moderado. Pero a pesar de que los veo como mis enemigos mortales, siempre he respetado la mística roja, el paladar negro que caracteriza desde tiempos históricos a sus hinchas, esa vocación por ir para adelante en todo momento, como una identidad que los marca a fuego. También sé que hay algo que me une a ellos, porque atraviesa a todos los fanáticos del fútbol: la pasión, ese amor prácticamente inexplicable pero imposible de dejar de lado por una camiseta. Cuando empezás a amar a un equipo, ese amor no tiene vuelta atrás y es algo que nos sucede a todos. Hace no mucho, una amiga me contó cómo se hizo hincha de Independiente: empezó a ver junto a su familia por televisión un partido de Independiente y enseguida sintió cómo se le erizaba la piel. “Fue amor a primera vista”, me dijo. No sé de qué carajo estaba hablando -¿cómo mierda te podés enamorar de un equipo tan choto como Independiente?- y a la vez la entendí perfectamente: cuando te enamorás, te enamorás, no hay un razonamiento lineal que lo explique. Entonces te toca amar al mejor equipo del mundo -es decir Racing- o a uno con escasez de azúcar, como Independiente. En fin…
Toda esta introducción me sirve para decir que en Papeles en el viento hay tan poca mística como pasión. No por escasez de alusión a esos términos -en el film se la pasan hablando de esas cuestiones- sino porque no consigue transmitir apropiadamente desde las imágenes o el desarrollo de los personajes lo que implican esas nociones. Lo cierto es que en la novela de Eduardo Sacheri aparecían por lo menos dos variables interesantes pero a la vez riesgosas para la adaptación cinematográfica: en primer lugar, es un relato donde la mirada sobre las mujeres bordea el machismo, lo objetual e incluso la misoginia, pero nunca termina de caer en esas características porque queda bien en claro que el punto de vista es masculino y a la vez hay una problematización sobre esa visión, indagando sobre la forma en que el hombre se relaciona con el género opuesto, las cargas afectivas que decide poner en las mujeres o lo que elige no ver, en la que se acepta que realiza un recorte particular, a su conveniencia, y que a la vez siempre se sentía atraído o necesitado del sujeto femenino. En un punto, lo que dice el libro es que los hombres construimos nuestra identidad en buena medida a partir de las mujeres que nos rodean: las que nos odian o putean, las que nos quieren y bancan, las que están o nos dejaron, todas nos aportan elementos en nuestra constitución como hombres. En segundo lugar, es una historia donde la amistad está puesta en crisis, para su posterior reafirmación, como un entramado de conexiones y entendimientos que incluye y trasciende a la vez diferencias de clase, pertenencia o caminos emprendidos, como algo casi imposible de racionalizar y que también va constituyendo a cada uno de los protagonistas. Son dos líneas de reflexión que se van hilvanando en la trama a partir no sólo del conflicto central -tres amigos que luego de la muerte del cuarto integrante del grupo, tratan de revalorizar a un jugador en el que el fallecido invirtió, para así poder darle el dinero a su hija, quien se quedó sin padre-, sino también de sucesos puntuales y hasta pequeños, y principalmente de las cavilaciones que traspasan a cada uno de los personajes.
Frente a esta multiplicidad de desafíos, el planteo de Juan Taratuto en la dirección y el guión (coescrito junto al mismo Sacheri) es conservador en el sentido más futbolístico del término: no busca correr ningún riesgo, apuesto a lo más seguro y más que ganar, intenta no perder, aunque su estrategia lo termina conduciendo paradójicamente a una derrota inevitable. En el recorte obligado que presenta el film se acumulan las secuencias inconexas, apelando de forma insistente a la sensibilidad del espectador -tocando todos los botones posibles para activar la risa o la lágrima de forma casi pavloviana-, confiando en exceso en el carisma de los actores -en especial de Diego Peretti, con el que el realizador se siente indudablemente más cómodo trabajando- y reivindicando la amistad por la amistad misma, sin capas en los personajes donde se intuyan coherencias o contradicciones. Pero la peor parte se la llevan las mujeres, que son meros cuerpos vacíos de significado y pensamiento, pura decoración que aparece y desaparece sin mayor explicación, sirviendo apenas como artilugio para hacer avanzar el film.
Esto se traslada hasta en la forma en que la película aborda el fútbol, con los diálogos del libro como única arma para transmitir tanto lo pasional como insólito que caracteriza a muchos factores del deporte en la Argentina, desperdiciando situaciones propicias para potenciar la “mística” -el clásico ante Racing al que asisten los protagonistas- o forzando otras -Mauricio (Pablo Echarri) contemplando un video que muestra un gol histórico de Bochini a Boca-, con varios monólogos a cargo del personaje de Diego Torres explicando lo que significa ser hincha del Rojo porque no hay nada en las imágenes que lo exprese. En consecuencia, lo que queda es un film amarrete, en el que Taratuto, después de haberse arriesgado -y mucho- con La reconstrucción, vuelve a tirarse para atrás, del mismo modo que lo había hecho con Un novio para mi mujer. Papeles en el viento es tan defensiva, que termina siendo indigna de los hinchas de Independiente.