La ganadora como Mejor Película de la Competencia Argentina del BAFICI 2012 es un sencillo ejercicio intimista y un racconto de identidad que se limita a decir presente.
Créanme que no es fácil reseñar un documental, empezando por el sencillo hecho de que no soy lo que se dice un asiduo espectador del género, salvo dos o tres excepciones. Pero si hay algo que le debo reconocer es que corre con la ventaja de que al no tener actores ni los artilugios estéticos que estamos acostumbrados a ver en el cine de ficción, su solidez, o la carencia de la misma, es determinada por dos nociones básicas de cine, que van más allá de si es ficción o no: ¿Qué historia se cuenta? y ¿Cómo se la cuenta?
La imagen que abre Papirosen es la de un abuelo con su nieto, ambos sentados en una silla alta, en un paisaje nevado que me atrevo a intuir que se trata de Bariloche. Inicialmente y sin información alguna, esto pareciera ser una imagen sin sentido, pero a medida que avanza la película nos percatamos de lo que es ––o por lo menos una idea––: el fotograma que define de que se tratará la película: Un retrato generacional de una familia. Lo que responde la primera de las dos preguntas. La respuesta a la segunda pregunta, el cómo, es a través de material de archivo (en diversos formatos: Super 8, VHS, MiniDV, y el más potente HD) que abarca más de 4 décadas, y en vez de relatarlo cronológicamente, lo muestra fragmentado, sin ningún arco argumental; separado en diversos capítulos como un libro de relatos con personajes en común. Dicho concepto fue el norte al que apuntó el montaje; que consiste en la organización del material según el cuento en particular que cuenta cada capítulo.
Todo documental tiene un tema, un criterio motor, cosa que esta película tarda mucho en dejar en claro. ¿Será posible que el realizador se cruzó con este material y decidió darle un sentido mientras lo encontraba o lo filmaba? Puede ser. ¿Estuvo gran parte de su vida planeando esta película? También. Pero una cosa queda clara: la película es una respuesta de 73 minutos a una pregunta que no se formula sino hasta la aparición de un primer plano de un recién nacido, que es el que cierra la película: ¿Quién es Gastón Solnicki? o ¿Quiénes son los Solnicki?.
Se le puede aplaudir que haya tomado su propia historia y le haya encontrado una vuelta narrativa ingeniosa al material que tenía a su disposición. Pero aunque efectivo en su intención, y que a muchos otros espectadores en la sala les haya causado gracia y hasta hayan aplaudido, lamentablemente yo no me encuentro entre ellos. Que aquí hay y se está narrando una historia está claro, lo que está en discusión es que no ha calado hondo, por lo menos en mí. Cuenta lo que vino a contar y listo, nada más.
Conclusión
Un correcto ejercicio de narración partiendo de un universo íntimo, con un montaje de mano maestra; fundamental y orquestal en la estabilización del mecanismo narrativo elegido para contar la historia. Una historia que vino a decir presente y le deja al espectador la decisión de si ésta es o no recordable una vez que se apagó el proyector. Recomendable solo para los incondicionales de este tipo de cine.