Paraíso

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

El paraíso según los nazis

Andréi Konchalovski con sus jóvenes 80 años, y una extensa trayectoria como guionista de varias películas que no eran de su autoría, entre las que figuran: “La infancia de Iván” (1962), “Andréi Rublëv” (1965), “Bolshoy fútil” (La gran mecha, 1964) y como director y guionista de casi la mayoría de sus obras, entre ellas: “El primer maestro” (“Pervyy uchitel”, 1965), “Dyadya Vanya” (Tio Vania, 1971), “Siberiana” (“Siberjada”, 1979), “Gente como nosotros” (“Shy Poeple”, 1987), “Homer and Eddie” (Una extraña amistad), “El círculo del poder” (“The inner circle”, 1991), “Bitva za Ukrainu” (La batalla por Ucrania, 2014) “Belye nochi pochtalona Alekseya Tryapitsyna” (“El cartero de las noches blancas”, 2014) y el año próximo estrenará totalmente hablada en italiano y filmada en coproducción de Rusia con Italia: “Il peccato” (El pecado).
“Paraíso” es su última producción y está vista desde la perspectiva de un mundo ideal, el de los fanáticos, que en este caso se relacionan con el nazismo, pero también podrían ser los del comunismo, porque en materia de represión y muerte ambos corrieron una carrera paralela.
El mitólogo Joseph Campbell explica que la palabra paraíso deriva del persa “pairi +daeza”, que significa jardín cerrado, una visión muy diferente al concepto que se tiene del paraíso en la cultura occidental y cristiana. Desde la mirada persa sólo acceden a él los elegidos, los que realmente poseen la convicción de que ese es su lugar de pertenencia. Por lo tanto el fanatismo nazi sostenía que una vez implementada su doctrina el mundo se convertiría en un paraíso, un lugar cerrado del cual se excluiría al resto. Entre otras implicaciones el “paraíso” del título se refiere al idilio ario, que el opresor nazi llama sueño motivador.
Ese universo oclusivo es el que reflejó Andréj Konchalovski en, “Paraiso”, un filme que se centra en una mirada que aborda el Holocausto, pero sobretodo en la relación de tres personajes con ese horror. “Paraíso” relata la historia de dos hombres, dos verdugos, y una mujer, la víctima, (con ideologías diferentes) que intentan mostrar los sucesos de la guerra según su visión.
Con un insólito formato narrativo que entremezcla la visión de un documentalista y la de un ficcionador, en donde los personajes relatan, en determinados y contados momentos, su historia frente a una cámara estática, que además va acompañada de bruscos cortes entre frases, y simulacros de defectos de sonido en esos saltos, con las que Konchalovski añade un plus de un, casi, análisis filosófico al tema de la conciencia. En donde el enfoque es a la manera brechtiana, con un distanciamiento a tal extremo en que no se sabe bien donde se ubicaron a los personajes, si en una prisión o en la antesala del juicio final, ya que al interrogador no se lo ve.
Rompiendo las convenciones y regresando a un formato semejante al cine de Sergéi Eisenstein, cuadrado, en un glacial blanco y negro, más ligado a “La cinta blanca” (“Das weiße Band”, 2009) de Michel Hanekee, figuras casi estáticas como las de “¡Que, Viva México!” (1930), Andréi Konchalovski lleva al espectador a ser voyeur de un universo que pertenece a un tiempo lejano, que está muerto y que sólo puede revivir en los recuerdos.
Con diálogos en alemán, ruso y francés, este filme es esencialmente un viaje al pasado de individuos cuyos caminos se cruzan en circunstancias apocalípticas. Éstos son los de Olga, una aristócrata detenida por esconder a dos niños judíos, Khelmut, un joven soldado alemán rendido al poder seductor del nazismo, y Zhyul, un colaboracionista francés que a la hora del juicio rechaza haber pertenecido a la SS. Con ellos se entrelazan en la historia propuesta por Konchalovki tres destinos que están unidos por determinados flashbacks.
Después que la cámara inmersiva en primera persona del húngaro László Nemes en “El hjijo de Saúl” (“Saul fia”, 2014), que ofreció un nuevo punto de vista visceral sobre los horrores de los campos de concentración nazis, Konchalovski se planteó dar una vuelta de tuerca más potente con una estética autoconsciente clásica para representar lo que ya fue ampliamente filmado. Pero también existe cierta reminiscencia con “Kapó” (1960) de Gillo Pontecorvo, cuya protagonista fue Susan Strasberg, hija de Lee Strasberg.
La película comienza en 1942, cuando una inmigrante rusa, la aristocrática condesa Olga (Yuliya Vysotskaya), editora de moda de “Vogue”, que presta servicios a la Resistencia francesa en París, es arrestada por la Gestapo por albergar a dos niños judíos en su apartamento. Es asignada al jefe de policía y colaborador franco-nazi Zhyul (Philippe Duquesne), un afable hombre de familia, en apariencia, pero lascivo y cruel, que promete mejor trato a Olga a cambio de favores sexuales. Sin embargo, cuando ella no acepta determinados procedimientos, es trasladada a un campo de concentración de máxima crueldad, donde se reúne con los dos niños que protegía, y allí se da cuenta que no debe albergar ninguna esperanza de vida.
Con ellos entrelaza una historia centrada en la unión de estos destinos, narrada a modo de flashbacks y en la que el director ruso logra hacer visible para el espectador su enorme potencial escénico. Este se basará en herramientas que dosificarán al film de un fuerte atractivo, tanto en el nivel emotivo, con una sequedad absoluta del drama, dejando que tanto diálogo como miradas organicen la acción de esa sensiblería orquestada por el melodrama.
Andréi Konchalovski da pequeños guiños a historias olvidadas o poco conocidas, como en el encuentro de Khelmut (Khristian Klauss) y un compañero de estudios y la conversación que mantienen sobre la suerte que sufrirá Dunia Efros, primera novia de Chejov, que había emigrado a Francia, en 1943, y a pesar de sus 80 años, la policía de Vichi la envía a la cámara de gas. Lo mismo sucede con la visión de Heinrich Himmler (Víctor Sukhorukov), que a pesar de ser tangencial su aparición en él se observa, por lo que expresa, los giros históricos en los que se apoyó el nazismo para avanzar sobre Europa.
La detallista iluminación del director de fotografía Aleksandr Simonov acentuó aquellas referencias que aumentaban la belleza del encuadre, y le otorgaron una serena severidad visual a los horrores que se exhiben. La propuesta de Konchalovki – Simonov es que todos serán ser juzgados, y el blanco y negro, además de ser una alusión a los recursos técnicos de la época, es un recordatorio de la alternancia inevitable entre el bien y el mal, y de la necesidad de impedir el olvido de esa pesadilla que fue la guerra de exterminio fascista.
La visión general de Andréi Konchalovski es la de un mundo en descomposición, en el cual sobrevivir es la única prioridad, sin importar que ideología se tenga, ni que perdón fuera posible. Para descubrir ese mundo, para penetrar tras las perspectivas de su orfebrería, para llegar a ese imaginario del cineasta a través de los pequeños espacios del filme, es necesario ser uno con él, e interpretar aquel momento histórico desde una reconstrucción, que apela a la conciencia de aquellos que aún albergan simpatía por el nazismo.