Tres miradas sobre el horror
El director soviético Andrei Konchalovsky hizo un filme sobre el Holocausto, en blanco y negro, que evita los estereotipos.
Filmar otra película más sobre el Holocausto, aportar una mirada diferente, decir algo nuevo sobre un tema tan remanido: qué difícil. A punto de cumplir 80 años, el ruso Andrei Konchalovsky, que trabajó tanto en la Unión Soviética como en Hollywood y trazó un arco laboral que va desde Tarkovsky hasta Stallone, declaró que acaba de empezar una etapa más contemplativa y reflexiva en su carrera, y consideró a Paraíso -que el año pasado le valió premios a la dirección en Venecia y al guión en Mar del Plata- como el segundo capítulo de esta reinvención, tras su aclamada El cartero de las noches blancas.
La novedad que propone el hermano de Nikita Mijalkov es contar la Segunda Guerra Mundial desde tres diferentes puntos de vista: el de un policía francés colaboracionista, el de una inmigrante rusa que lucha en la Resistencia francesa, y el de un oficial de las SS. Como respondiendo preguntas de un entrevistador invisible, cada uno de estos personajes habla a cámara contando su historia familiar, sueños, ideales, motivaciones: un confesionario de intimidades reveladas a los espectadores. Entre esas narraciones se ven algunos de los hechos en los que estuvieron involucrados; de vuelta a los testimonios, los personajes suman una opinión o explicación a lo que acabamos de ver. Como si el color pudiera banalizar la gravedad del tema tratado, Konchalovsky recurrió a un pudoroso blanco y negro. Su maestría visual potencia una narración que en otras manos habría sido demasiado convencional. Al mostrar la subjetividad de cada personaje, su idea es evitar los estereotipos y entrar en una zona de grises: escaparles tanto a la glorificación de las víctimas como a la condena visceral de los victimarios.
En ese intento, Konchalovsky da unos rodeos interesantes alrededor de dos caras de la misma moneda: el idealismo y el pragmatismo, el fanatismo y la capacidad de adaptación del ser humano, siempre atento a su supervivencia y conveniencia. Pero, dentro del espinoso terreno del Holocausto en blanco y negro, el camino que toma se aleja de una joya como Ida y conduce al mismo destino que La lista de Schindler.
Es decir: los personajes tienen matices, sí, pero no deja de haber buenos y malos, y está muy claro quién es quién. Algunos monólogos y escenas son demasiado explicativos y, por si quedan dudas, al final hay un grosero subrayado. También conspiran contra el conjunto las imágenes de nazismo explícito: un alemán pateando a una prisionera de un campo de concentración, fotos de judíos masacrados... ¿eran necesarias?