HORROR CON MENSAJE SUPERFICIAL
Paraíso tiene, en el mejor de los casos, todo aquello que puede hacer defendible a una cantidad enorme de films: una fotografía impecable en blanco y negro, buenas actuaciones, oficio en la dirección, momentos de impacto emotivo, entre otras cualidades que cuadran dentro de lo políticamente correcto en los cánones del buen gusto. Pero toda esa enumeración no deja de ser parte de un diagnóstico superficial.
El problema es que la suma de esas cualidades inmersas en un contexto visto infinidad de veces, termina siendo una ilustración más del horror del Holocausto con una estética asimilable que, en el peor de los casos (es hora de decirlo), parece una actualización, más de cincuenta años después, del famoso artículo de Rivette sobre el travelling de Kapo, la ya famosa y citada película de Pontecorvo. Y lo que es peor, con mensaje.
Una mujer rusa de clase aristocrática, un joven oficial nazi y un policía colaboracionista son los protagonistas de este drama donde quedan igualados por un doble y cuestionable procedimiento. Pese a sus diferencias ideológicas, los tres ven trastocadas sus identidades a partir de decisiones que los podrán en riesgo (visto una y mil veces); por otro lado, más allá de la historia en sí ambientada en los campos, con sus imágenes bellamente encuadradas de personajes transitando ese infierno e iluminadas con claroscuros para apaciguar la violencia, sin los movimientos abruptos de una cámara que mira con elegancia, se alternan tramos donde los tres involucrados confiesan ante una autoridad fuera de campo que los interpela. Por momentos, los testimonios parecen sacados de archivos documentales, aunque hacia el final (el peor segmento del film de Andrei Konchalovsky) sabremos otra cosa.
Con reminiscencias a series al estilo de Holocausto y films como La lista de Schlinder, Paraíso atrasa unos cuántos años en su tratamiento. De ahí que termine siendo una película tan redundante como intrascendente.