Ulrich Seidlr produjo una trilogía dedicada a los paraísos (el del amor, el de la religión y el de la esperanza), con sendas películas protagonizadas por integrantes de una misma familia. En “Paraíso: amor”, hizo foco en los contrastes. La historia de una madura mujer austríaca que viaja a Kenya para hacer turismo sexual pone las cosas, literalmente, en negro sobre blanco. El filme, que se distingue por una fotografía por momentos cercana a la pintura, se centra en las ausencias que suele poner en evidencia el poder económico y la falta de resolución de los conflictos afectivos de una sociedad que prioriza el poder adquisitivo por sobre cualquier otro valor. La protagonista es una mujer de vida rutinaria y con baja autoestima, que viaja a un país postergado, donde los varones jóvenes venden su cuerpo a gruesas matronas que no disimulan su racismo y se mueven en una geografía tan pródiga en encantos naturales como miserable en su sociedad, sumida en la pobreza. El contraste entre la riqueza de los visitantes y las carencias de los anfitriones resulta brutal. Y, en ese contexto dominado por la disonancia, el sexo que busca con avidez el turismo femenino se reduce a un trámite meramente comercial. Los desnudos — completos y frontales— a los que el director apela a poco de iniciar su relato no corren el riesgo de aparecer como atrevimientos y, neutralizados por el marco miserable que los rodea, se sitúan en las antípodas del erotismo. El resultado de la experiencia artística de Ulrich Seidlr muestra una buena película que, con un lenguaje cinematográfico que se acerca al documental, desnuda la soledad que aguarda al final del camino que tiene como única, aunque sólida base, a la frialdad del consumismo voraz. Una historia reveladora de la patética cara que muestra un mundo que proclama el infinito poder del dinero, cuando aparecen las “cosas” que no se pueden comprar.