Si Hannah Arendt hubiese dirigido un film sobre su teoría de la “banalidad del mal” seguramente hubiese sido esta, en la que el ruso Andrei Konchalovsky propone una mirada, nueva, al holocausto, desde la perspectiva de aquellos colaboracionistas que hicieron con su “ayuda” todo aún peor.
El blanco y negro refuerza el sentido áspero de los personajes principales, los que, además, direccionan la mirada y la narración, pero sin un protagonismo claro y absoluto. Hay imágenes desgarradoras, y claro, algún que otro golpe bajo, pero no se le puede reprochar nada al director, quien regresa, a lo grande, con esta obra.