Nails (2017) trata sobre el terrible descubrimiento que hace Dana (Shauna Macdonald), una maratonista, cuando es hospitalizada luego de un accidente que la deja inmovilizada. Su marido y su hija procuran cuidarla hasta que algunas novedades enturbian la situación.
Lo más desconcertante de Nails no son sus incongruencias, que son varias (un hospital que se está cayendo a pedazos que cuenta con tecnología de avanzada), ni sus casualidades (el seguro cubre la estadía de la protagonista en el hospital más endemoniado de la ciudad). El problema es que su fantasma no causa el más mínimo miedo, con efectos visuales bastante falsos y sustos previsibles.
Son varios los momentos graciosos no intencionales durante el metraje, como una discusión incoherente en el clímax donde el típico aviso del personaje principal (“¡No vayas por ahí!” “¡Todos vamos a morir!”) no es escuchado y cae la siguiente víctima. Además, las actuaciones empobrecen cualquier posibilidad de creer lo que ocurre en la breve investigación por Internet que hace la protagonista.
No hay un rasgo que redima el film. Desde su inicio hasta el conflicto forzado entre ella y su marido, el guión busca acorralar al personaje para que sintamos empatía, pero lo que terminamos sintiendo es aburrimiento porque ya lo hemos visto antes y muchas veces. Siempre los mismos sonidos que no sabemos de dónde provienen, la electricidad que falla como anuncio de que algo malo está por ocurrir, siempre los avisos que solo ve la protagonista y nosotros, como si las alucinaciones fuesen cosa menor que se desechan por ser consecuencia de un trauma y no se valoran como una posibilidad de significado.
La única posible redención proviene del psiquiatra Ron que atiende a Dana. Posee un aire de maldad que recuerda al Jon Voight de Anaconda (1997). Se trata siquiera de un rasgo kitsch donde el personaje es un simple espectador del mal. Pero en este caso no se aprovecha y es un elemento más que sigue el mismo destino de otros personajes. Ni siquiera Shauna Macdonald, protagonista de ambas The Descent (2005) y The Descent 2 (2009), puede salvar la historia de cumplir con rigidez y a rajatabla los giros genéricos esperados sin mayor sorpresa.