A excepción de algunos chispazos esporádicos de creatividad, el cine de terror de la última década ha sido sinónimo de tedio y falta de imaginación. La mayoría de las películas que se estrenan son secuelas de franquicias exitosas, o bien remakes de éxitos de los ochenta o noventa aggiornados a nuestra época.
Por una tercera vía, en tanto, llegan las ideas originales. Aunque hay que tomar este término con mucha delicadeza, ya que en la mayoría de los casos son tramas genéricas y trilladas, vistas más de mil veces y olvidadas rápidamente en igual cantidad de ocasiones. La película británica Nails del año 2017 lamentablemente cae en esta categoría de horror genérico y olvidable.
En su debut como director, Dennis Bartok nos cuenta la historia de Dana Milgrom, una mujer de mediana edad y gran estado físico que una mañana sale a correr y es violentamente atropellada por un auto. A causa de esto Dana termina internada en un hospital (carente casi de personal y pacientes) donde empezará a sentirse observada y amenazada por una presencia diabólica/fantasmal apodada -sí, adivinaron- “Nails” (Uñas). Toda esta situación tiene como agravante que Dana no puede caminar ni hablar producto del accidente, y solamente puede comunicarse con una computadora que lee en voz alta lo que ella escribe.
Se puede afirmar entonces que Nails se trata de una película de terror genérica porque contiene todos los clichés y lugares comunes que ya cansaron de tanta repetición en este género: los silencios prolongados seguidos de un salto para asustar, las persecuciones, el villano que no es humano sino una presencia fantasmagórica, la protagonista que es tratada como loca porque ve algo que los demás no, y muchos más que parecen ser sacados de una receta de cómo hacer un film de terror mediocre.
Ya de por sí la película se ve barata (no por nada se salteó su paso por el cine para ir directamente a Netflix). En muchas ocasiones, producciones de bajo presupuesto se las arreglan para que el producto final sea de la mayor calidad posible según el dinero que tuvieran para hacerlo, pero no es el caso de Nails. Desde la notable falta de actores y extras para llenar un espacio tan poblado como es un hospital hasta la ambientación del mismo denotan una falta de habilidad para hacer que menos sea más. Las muertes son casi todas fuera de plano (un recurso que sugiere más una desesperación por ahorrar que un posicionamiento estético), además de anticlimáticas. Los efectos especiales son pocos para una película de estas características pero cuando aparecen resultan risibles. Incluso el final es ambiguo y poco satisfactorio, haciendo que sus 84 minutos de duración se sientan una eternidad.
Nails es definitivamente una película no recomendable ni siquiera para los fanáticos del terror que a veces buscan solo una trama simple y ver algo de sangre (porque casi que no se derrama ni una gota). En esta década hay esfuerzos mucho mejores y dignos de ser vistos (Get Out, The Witch, A quiet place, Raw, It follows) que merecen el apoyo del público, pues son los que mantienen la llama viva de este género y evitan que caiga en el olvido.