Con tanta película de terror cuyo título lleva el adjetivo Paranormal, quizás los distribuidores locales de Nails deberían haber respetado el nombre original del largometraje irlandés que desembarcó antes de ayer en nuestra cartelera comercial. Las uñas sugieren poco en un contexto impreciso pero el género las convierte en artífice de por lo menos dos situaciones espantosas: toparnos con una criatura munida de garras asesinas, y asistir a –o peor, ser víctimas de– la típica sesión de tortura que consiste en arrancar las extremidades de los dedos de manos y/o pies.
En su ópera prima, Dennis Bartok desarrolla la primera fantasía. De hecho imagina un espíritu maligno que se caracteriza por llevar uñas largas y querer clavarlas con intención letal. Por si fuera poco, cuando estaba vivo, el personaje ya estaba obsesionado por las uñas ajenas; de ahí el apodo que da título al film.
Nails carece del protagonismo que tuvo aquel otro aparecido de extremidades filosas, Freddy Krueger, porque fue concebido como parte de una pesadilla mayor: aquélla que consiste en estar internado en una clínica de mala muerte (en el sentido metafórico y literal de la expresión), conectado a un respirador artificial, con el cuerpo inmovilizado y sin capacidad de habla. Por si ese destino inspirara poca aprehensión, el realizador debutante se lo impone a una deportista.
Bartok explota el miedo que todos tenemos a convertirnos en despojo humano y, por supuesto, a morir en circunstancias tan desgraciadas. Lo exacerba a partir del acoso de un fantasma resentido que recuerda cuán delgada es la frontera entre la vida y un más allá sórdido.
En esta entrevista que le concedió a Norman Gidney de Horror Buzz, Bartok contó que es hijo de un médico y de una enfermera. “Los hospitales siempre me perturbaron” agregó a la hora de reflexionar sobre las musas inspiradoras del guión que escribió con Tom Abrams.
El realizador irlandés recrea bien el clima siniestro de las clínicas de cuarta categoría (asoma un atisbo de denuncia social cuando el esposo de la internada Dana explica que la prepaga no puede costearles una institución mejor). También ofrece un juego interesante entre la percepción directa de la realidad y aquélla a través de un circuito cerrado de televisión.
La película pierde puntos cuando reedita recursos clásicos del género, por ejemplo los golpes de efecto musicales y las irrupciones del primer plano de un Nails a veces munchiano. Por otra parte resulta defectuosa –de hecho, casi paródica– la puesta en escena del ataque final.
Paranormal es una propuesta entretenida (la actuación de Shauna Macdonald contribuye mucho en este sentido). En cambio le faltan atributos para sobresalir entre tantos largometrajes sobre apariciones de muertos que ni descansan ni dejan vivir en paz.