ParaNorman

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Zombies en un país demasiado conocido

Las peripecias de un chico que ve fantasmas por todas partes sirve para que el mismo estudio que produjo Coraline entregue una certera visión de ciertas manías estadounidenses, de ayer y de hoy. Atención: los más pequeños deben abstenerse.

Pálido dueño de una expresión alarmada, Norman Babcock tiene los pelos parados, como si un susto lo hubiera dejado así para siempre. En algún punto fue así: como cierto famoso antecesor, Norman ve gente muerta. Algo que un poco lo aterra y otro poco lo fascina, como lo testimonia su habitación de preadolescente, llena de veladores que reproducen cabezas de zombies con el cerebro a la vista, afiches de películas de horror y mucha memorabilia por el estilo. Esa fijación, sumada a que Norman dice hablar diariamente con su abuela muerta, o cuenta que acaba de ser atacado por un árbol en un bosque fantasma, hace de él un chico raro, un freakito, un solitario al que los matones del cole patotean, de quien los padres se avergüenzan y a quien la comunidad margina. Círculo vicioso: es de esa incomprensión social, de esa crasa intolerancia que Norman huye a diario, por vía de la imaginación. Imaginación o don, vaya a saber.

Norman es habitante de la más famosa Salem, el pueblo de Blithe Hollow, Massachussetts, que tiene su historia. A fines del siglo XVII allí fue quemada una bruja. O la mujer a quienes los pobladores consideraron bruja. Como es común en Estados Unidos, Blithe Hollow hace de esa historia negra un show y una atracción turística: a poco de cumplirse 300 años de la quema de Agatha (sí, la bruja se llama igual que la de La pequeña Lulú) y mientras se organizan una serie de actos conmemorativos, cierto tío loco pone en manos de Norman un legado pesado: proteger la ciudad de la maldición de la bruja, cuyo espíritu no murió en la hoguera. Al mismo tiempo y como impulsados por una tormenta que no parece de este mundo, media docena de verdosos muertos salen de sus tumbas, viniendo hacia Norman entre bamboleos, lenguas pastosas y mandíbulas partidas. Hay una secreta relación entre esos zombies y Agatha. Relación que Norman terminará develando, torciendo así para siempre la historia oficial que Blithe Hollow se vendió a sí misma.

La fábula del chico marginado que termina convertido en héroe de la comunidad no es precisamente nueva, no sólo en el cine de animación (Babe 2, Chicken Little, Happy Feet), sino en el cine a secas, pudiendo hallarse su matriz en clásicos como La diligencia. Que el mejor amigo de Norman sea el obeso Neil reproduce una asociación de segregados muy propia del cine de la época, rastreable incluso en Frankenweenie, la nueva de Tim Burton, que se estrena la semana próxima. De raíz fordiana es también la idea de una comunidad construida sobre un secreto culpable. Ver Un tiro en la noche, pero también sus sucedáneas La niebla, de John Carpenter, Cementerio de animales y Texasville, de Peter Bogdanovich. Más allá de esa media docena de zombies tan graciosos (por pavotes) como los que llenan películas y series recientes, lo más interesante de ParaNorman, lo más agudo y acuciante es la visión que la película echa sobre los Estados Unidos. Sobre los Estados Unidos puritanos de ayer, capaces de mandar a la hoguera a una inocente (aunque eso es tan viejo como La letra escarlata) y, sobre todo, los de hoy.

Basta que aparezcan los zombies para que la comunidad entera se comporte como turba asesina (si se quiere seguir vinculando presente y pasado cinematográfico, los linchadores de Conciencias muertas, 1943, anticipan a estos otros). La profesora de teatro del cole, convertida en Pasionaria del exterminio, llama a no dejar vivo a un solo zombie (aunque en verdad es difícil dejar del todo vivo a un zombie). Bastaría reemplazar muertos vivos por comunistas de la Guerra Fría o árabes de hoy, para tener una radiografía de cómo funciona la América puritana cuando pierde los estribos. Pero la visión crítica de ParaNorman, producida por los estudios Laika (responsables de la magnífica Coraline), no se detiene en el bosque. También ve los árboles. Prestar atención al muy representativo núcleo familiar: los padres de Norman (cuadradón él, semiausente ella), su hermana (la típica descerebrada que sólo piensa en eso) y el hermano de Neil, un anabolizado que, cuando tiene dos libros pesados en la mano, no sabe usarlos como otra cosa que como pesas para entrenar. Y que, dicho sea de paso, guarda una divertidísima (y bastante lógica) sorpresa final.

La escena en la que el grupo protagónico va a parar a una biblioteca, y salvo Norman no saben qué hacer en esa terra incognita, es propia de un país que alguna vez tuvo un presidente que confesó haber leído sólo historietas en su vida. Un par de aclaraciones finales. Lamentablemente, ParaNorman se estrena en Argentina sólo en copias dobladas. Por otra parte, los papás deberán tener en cuenta que más de una escena puede asustar a los más pequeños. De hecho, la película sale calificada como Sólo Apta para Mayores de 13 años.