Admirable retrato del país del terror
Esta película, alternativamente, estremece de espanto y hace reír también de espanto, pero con gusto. Se trata de una apabullante conjunción de testimonios y escenificaciones a propósito de dos famosos miembros de la Triple A, desde sus andanzas criminales dentro mismo de la policía, allá en los 60, hasta los dulces recuerdos de la viuda de uno de ellos en la actualidad. Lo de esta agradable señora es muy gracioso. «Eramos como los Ingalls», concede en un momento, y también muestra la foto con su padrino de casamiento: López Rega. Para ella, que hoy vive en España con un acento castizo similar al de otra agradable señora, su marido salía a repartir juguetes en misiones sin horario de Bienestar Social.
Su marido era Eduardo Almirón, un policía decididamente corrupto, de grave prontuario interno ya a comienzos de los 60, dado de baja, pero reincorporado, ascendido y pasado a tareas especiales en 1973-74. Lo que víctimas e historiadores policiales cuentan de él, una parte de lo que cuentan, Luis Ziembrowski, Sergio Boris, Pablo Krinski, Emilio Laszlo, José Mehrez lo representan. Y a veces el espectador siente el impulso de apartar la vista de la pantalla.
Quienes hablan son el general de brigada (RE) Juan Jaime Cesio, entonces coronel a cargo de la Secretaría General del Ejército, Sergio Bufano, Marcelo Larraquy, Carlos Petroni, Ricardo Ragendorfer y otros. Y Ana María Gil Calvo, viuda de Almirón. Cada vez que ella habla es un regocijo, en especial cuando por ahí se contradice, o no se sabe si está creando un personaje para tomarle el pelo al reportero. Y sin embargo es todo cierto, esa es su verdad.
Como también lo es, aunque ponga los pelos de punta, la del poeta Gabriel Ruiz de los Llanos, un nacionalista de pluma y espada, verbo inflamado y dicción clara, que, bien erguido, recita las condenas a los rojos que publicaba por entonces en «El caudillo». Para mayor impresión, a veces la cámara lo toma desde abajo. Y el hombre da miedo. Eso era lo que muchos leían. Curiosamente, hoy el hombre sigue escribiendo. Es más amplio de lo que aparece en la película. Y no se puede dejar de coincidir con algunas cosas de mucho sentimiento argentino que escribe. Eso también es terrible. En suma, una película distinta, esclarecedora, inquietante. A veces hay que respirar hondo. Pero vale la pena. Hasta deberían pasarla en las escuelas, en especial las escuelas de policía.