Un filme bello, carnavalesco, sarcástico y desgarrador
La forma de vida de dos familias que habitan en mundos diferentes es la problemática del filme “Parasite” (“Parasite” o “Gisaengchung”) de Bong Joon Ho. El guion se destaca por la sencillez y la originalidad de su propuesta estética y narrativa. El punto de vista que adopta es el de la concepción de un espejo de la realidad en dimensiones paralelas. Parte del principio de que dos mundos conviven, comparten costumbres, que son ancestrales, practican estilos de vidas diferentes y se complementan con un cierto grado de equilibrio.
La gran diferencia entre ellos es que determinados acontecimientos transcurren en planos opuestos. El mundo de los ricos está encuadrado dentro de una decoración minimalista, que el espectador va observando lentamente a medida que los personajes transitan por ella. La casa, casi cuadrada, de grande ventanales que dan a un inmenso jardín, está oculta detrás de un murallón de cemento al que se llega a través de una vacía y empinada calle.
El universo de los pobres es Kitch, muy cursi y sostenido por el recuerdo de una medalla obtenida en algún campeonato, enmarcada y colgada en la pared principal del sucucho donde viven. Para llegar él deben descender por una calle atestada de escaleras, cables, ropa colgada en los balcones, guirnaldas de colores y pintorescos comercios.
Su situación familiar es muy dura y sus circunstancias más difíciles. Por lo tanto estos personajes están obligados, para poder subsistir, a colgarse del Wifi o la luz de los vecinos, a luchar con los borrachos que orinan en su ventana, esperar la fumigación vecinal para que mate a las cucarachas que pulan por todo el cuarto, y a sostener una búsqueda permanente de trabajos a corto plazo, entre ellos doblar cajas para pizzas.
“Parasite” es mucho más que una simple película de división de clases, debajo de una superficie aparentemente lineal existe un filme de detalles, de gestos, de homenajes, especialmente a Alfred Hitchcock, en el recodado “Pacto siniestro” (1951), cuyo clímax sucede en un parque de diversiones real, y Bong Joon- Ho lo recuerda en la subida y bajadas de las escaleras hacia el infierno de los pobres.
En “Parasite” el espectador sentirá que se montará en un tren fantasma que vertiginosamente lo llevará en un recorrido cuyas paradas incluyen referencias a distintos filmes, incluidos los del director (“Perro que ladra no muerde”, 2000, “Memories of murder” – “Crónica de un asesino en serie”, 2003 -, “The host” –“El anfitirion”, 2006 -, “Mother” – “Madre”, 2009, “Snowpiercer” – “Rompenieves”, 2013 ) y en cada una de ellos un nuevo giro provocará siempre sorpresas. Nada es lineal en la realización, ya que es como un enorme rompecabezas cuyas piezas van armando, con brutal humor negro y pequeñas dosis gore, el cuadro general.
“Parasite” es una obra tragicómica y emocional que gira en torno a la complejidad de sus personajes, sus naturalezas contradictorias y a veces paradójicas, a su capacidad para herirse y sostenerse unos a otros y, súbitamente, enfrentarse a ellos mismos.
Bong Joon-Ho se preocupa más por plantear temas que atañen al conjunto de la sociedad planetaria, en la que se refugian los sin techos, los inmigrantes, los desclasados, los marginales, los burócratas, y los ricos: pero no tanto, es decir una alta burguesía en algunos casos inculta y pretenciosa.
Bong Joo Ho construye un filme circular, cuya metáfora está en la escena de apertura donde aparecen unos calcetines colgando de un carrusel frente a la ventana del sótano, que por las rejas más bien parece una alcantarilla, donde vive la familia Kim. Y en la escena final retoma la misma escena del comienzo, pero en un tono más oscuro y los calcetines en primer plano. Nada ha cambiado, sólo la luz que se ha tornado oscura que los envuelve por la trágica muerte de la hermana y la desaparición del padre.
Bong Joo Ho parte de lo naïve para construir desde las primeras secuencias hasta qué grado la humillación a las que son sometidas los personajes o personas, puede llevar a cruzar límites impensables y provocar la destrucción de sí mismas. Informa a través de planos medios y con figuras fragmentadas el proceso degradador que atraviesa el filme.
Al mismo tiempo y por contraste la voz narrativa se vuelve más reflexiva y se dinamiza en un mundo carnavalizado. Bajtín señala claramente que el carnaval, en contrapunto con la cultura oficial, crea transitoriamente un ámbito de subversión en la medida en que transgrede el orden, pone en diálogo los sectores antes separados por las diferencias sociales y las relaciones se humanizan pues el hombre se vuelve sobre sí mismo entre los demás hombres.
“Parasite” está creada sobre una distopía, pero además sobre una crispada estética de lo insólito, cada secuencia se sostiene sobre absurdas actitudes de los personajes, y sobre contrastes arquitectónicos muy marcados. El hibridismo abstracto de los interiores de los Park, frente a la nauseabunda atmósfera del sótano de los Kim, magistralmente retratados por la fotografía de Kyung Pyo-hong, apoyados por la circense y barroca música de Jaeil Jung.
Bong Joo Ho quiso en “Parasite” mostrar un universo a través de ventanas cuyos vidrios poseen deformidades, que a veces son transparentes (la de los Park) y otras nebulosas (la de los Kim), pero al mirar por ambas no se ve que cambie la naturaleza del mundo. El mundo está plagado de reptaciones e hipocresía.
La belleza de “Parasies” radica en qué Bong Joo Ho es un prestidigitador que crea ilusiones en mundos transversales para sorprender y divertir con sarcasmo. Pero a la vez es un poeta que capta el mundo minúsculo siguiendo el hilo de los acontecimientos de sus personajes y ofrecer al espectador la imagen más frágil de cada uno de ellos.