En la lista de los grandes estafadores del cine la familia Kim ya se ganó un merecido puesto entre los más notables que aparecieron en la última década.
Parasite ofrece una experiencia especial que está a la altura del hype que obtuvo en los medios de comunicación, desde que ganó la Palma de Oro el año pasado en el Festival de Cannes.
En lo personal me encantó y la disfruté muchísimo por las diversas emociones que me hizo vivir durante el desarrollo de la historia.
A lo largo del film solté más de una carcajada con el absurdo de algunas situaciones, luego me puso tenso la construcción del clímax y también me resultaron emotivas las escenas más dramáticas.
La belleza de Parasite reside en ser una película que trasciende la clasificación de géneros, debido a que el relato del director Bong Joon-Ho fusiona diversas temáticas en un mismo conflicto.
La trama se desenvuelve entre la comedia de enredos, el thriller, la heist movie con estafadores, el drama de reflexión social y por momentos el cine de terror.
Por otra parte, resulta un enorme placer poder disfrutar una película donde su realizador no toma por idiota al público.
La nueva obra del cineasta coreano no está exenta de un fuerte comentario social, que expone esa brecha que existe entre las clases más pudientes del país asiático y los que sobreviven como pueden y rara vez tienen su representación en las series de televisión o la imagen que brinda de esa nación un canal de televisión como Arirang.
Si uno se deja llevar por las telenovelas o las comedias románticas parecería que Seúl es el paradigma del desarrollo y el director de The Host muestra otra realidad sin la necesidad de taladrarle la cabeza al espectador con un burdo panfleto político.
Bong Joon-Ho trabaja su relato con personajes complejos que tienen diversas capas emocionales y una mayor ambigüedad moral donde no se divide al mundo entre héroes y villanos.
Por supuesto el subtexto político está presente en el conflicto, pero el director no impone sobre el público sus convicciones ideológicas sino que permite que cada espectador saque sus propias conclusiones.
Parasite es esa clase de filmes que más se disfruta cuando tenés una mínima información sobre la historia. Lo ideal es no conocer más que el concepto que transmite la sinopsis.
En el pasado este realizador ofreció producciones excepcionales que ya trabajaban la fusión de géneros con mucha solidez, como ocurrió con Memories of murder (2003), The Host (2006) Mother (2009) y Snowpiercer (2013).
No obstante, con su nueva obra repiten una experiencia similar con una película más sofisticada que consigue algo que se perdió en el cine occidental, más obsesionado con el adoctrinamiento de la corrección política.
Me refiero a la incertidumbre de no poder predecir de un modo obvio el destino de todos los personajes.
Durante dos horas el espectador atraviesa diversos estados emocionales con una historia que resulta completamente cautivante e impredecible.
Desde la presentación de los protagonistas hasta el modo en que maneja el humor con una sátira de las clases sociales, el film te mantiene hipnotizado en la pantalla con un conflicto que con el correr del tiempo se vuelve más intenso.
Todo esto no significa que uno no pueda disfrutar propuestas más pochocleras que tienen otros objetivos, sin embargo son películas como Parasite las que tocan una fibra emocional y nos recuerdan por que amamos el cine.
En lo referido al reparto las interpretaciones son todas fantásticas pero se destaca especialmente el vínculo padre-hijo que representan Choi Wook-shik (Train to Busan) y ese actorazo que nunca defrauda, Song Kang-Ho, clásico colaborado del realizador.
Un gran estreno que finalmente se concretó en la cartelera local y no se puede ignorar.