Seguramente ya saben que medio universo considera “Parasite” como de lo mejor estrenado en el mundo en el último año. Que tiene seis nominaciones al Oscar (fuertes y principales), que ganó Cannes, etcétera. Que es de Bong, el genio detrás de The Host y Memorias de un asesino, dos obras maestras del cine reciente. Ahora seguramente quiera saber qué es “Parasite” y tenemos problemas: podemos contarles que es una sátira social y una especie de thriller de suspenso donde una familia de desempleados que hace lo que puede para subsistir encuentra la posibilidad de paliar su precaria situación conchabada por una familia rica y simpática. Pero todos los personajes de la película tienen un secreto, algo que ocultar, que incluso se vuelve de un absurdo casi surrealista. Lo raro de esta película inclasificable, sátira y melodrama y fantasía y denuncia al mismo tiempo todo el tiempo, es que incluso con tantos elementos en apariencia disímiles tiene una cohesión de acero inoxidable. Justamente en esa fluidez del relato y esa transparencia residen su fuerza y su atractivo. Bong, y ya se notaba sobre todo en “Okja”, su film anterior, tiene un gran interés por lo político o lo social (también se nota en el resto de sus películas, aunque más asordinado). Sin embargo, no permite que la ideología o la denuncia se imponga al relato, y eso le otorga a “Parasite” una ambigüedad moral saludable. Un film divertido: esa diversión es, como en todo gran arte, el vehículo de la idea.