Una película inclasificable, en la que Bong Joon-Ho no tiene miedo a transitar por todos los géneros desde el drama, hasta la sátira social, pasando por momentos que podrían ser sutilmente encuadrados dentro de la violencia del gore, con un ritmo de thriller sostenido y un humor corrosivo y cínico que recorre y atraviesa toda la trama.
La ductilidad con la que trabaja varios géneros al mismo tiempo y la feroz mirada sobre su propia sociedad y sobre el capitalismo (en un producto proveniente de Corea del Sur, precisamente) hizo que la película pudiese tener perfectamente una relectura en cada país donde fue estrenada y donde la diferencia de clases está cada vez más marcada y más incomprendida, donde el propio sistema tiende a confundir víctimas y victimarios con bastante frecuencia.
La metáfora de una sociedad fuertemente estratificada, aún con ciertos subrayados y lugares comunes –sobre todo en el retrato de la clase alta-, es sin dudas impactante, y mediante diversos giros del guion logra involucrar (manipular?) a los espectadores dentro de ese juego de poder que se entabla entre los personajes, que hacen que involuntariamente como público, tomemos partido.
Luego de toda una primera parte en donde un familia de bajos recursos logra ir apoderándose de la casa de una familia rica –impactante trabajo de diseño de arte de Lee Ha Jun que deslumbra tanto en cada uno de los detalles de la casa lindante con las cloacas como cuando nos introducimos a la casa/mansión de la familia rica-, una sorpresa que se “esconde” en el sótano hará cambiar el giro de la trama y dar una nueva lectura en la que no solamente Bong Joon-Ho intenta retratar el mundo de “ricos contra pobres” sino la guerra más violenta y revulsiva se desata, como es habitual y podemos verlo cotidianamente en los “pobres contra pobres” que intentan con manotazos de ahogados y sosteniendo en cierto modo aquello de que “el fin justifica los medios”, encontrar una posibilidad de ascenso social donde el director clava profundamente el bisturí y esgrime una impiadosa crítica.
Mientras todo un sistema monta lo que conocemos como “el sueño americano” frente a los ideales de éxito y de prosperidad, la película de Bong Joon-Ho expresa a través de sus personajes que no existe el plan perfecto, que muchas veces los planes más elaborados terminan naufragando por cualquier otra causa ajena y que la vida jamás funciona así.
De esta manera “PARASITE” no sólo expone su crítica al sistema sino que se opone a esta idea romántica de ascenso social ganado como si verdaderamente existiese una igualdad de oportunidades y plantea justamente la tragedia que se cierne ante la flagrante desigualdad y las luchas de poder.
Como un campo minado shakesperiano, la tragedia arrasa e iguala a todos y aún luego de ese fuerte cierre, en donde Bong Joon-Ho despliega todas sus habilidades con la cámara y su virtuosismo como director –como si con las escenas anteriores quedaba todavía alguna duda- todavía quedará pendiente un epílogo que nos deja pensando si, en cierto modo, ascender socialmente, implicará pagar el precio de convertirse en ese “monstruo” que antes, desde otro lugar, había sido tan repudiado.