Y el Oscar es para… esta sorpresa surcoreana llamada Parasite de Bong Hoon Jo. Quién se hubiera imaginado la instancia en la que todo el glamour del mainstream, el cine de los tanques y los millones de dólares se opacara por la aparición de un director, casi diríamos un indie, que les robó el protagonismo de la noche a los actores de siempre por una buena razón.
Gracias a Harvie Weinstein y sus escabrosas aventuras que desencadenaron el movimiento del MeToo, no sólo se hicieron visibles los abusos en la industria del cine sino que parecen haberse terminado las presiones de los productores sobre los jurados.
Sí, señores y señoras, se hizo justicia y ganó el cine como arte porque Parásitos es una joyita, un reloj suizo que funciona en todo lo que debe. Quizá a muchos espectadores no les resulte simpática pero está contando una realidad social-económica y cultural que atraviesa a nuestra humanidad. Es un grito ahogado en las miserias de los poderosos y también de esas pequeñas estafas y corrupciones que marean a los que creen que pueden vencer al sistema de cualquier manera o con un plan.
Hoon-Jo ya había llamado la atención cinéfila con Okja que tenía muchas fichas para llevarse todo.
El pecado fue que la estrenaron sólo por streaming en Netflix y de allí toda la polémica entre el cine del living y el de las salas comerciales. Mucho se habló del mensaje que transmitía este filme y que se centraba en la industria alimenticia y algunos desatinos gigantes como los cerdos que alimentarían a millones de personas por su tamaño. Con ciertos toques de La Naranja Mecánica de Kubrick en su disonancia entre imagen y sonido creó una historia con mucho de fábula ecológica que nos concierne a todos los habitantes del planeta Tierra.
En Parásitos se distinguen influencias de Hitchcock, según propias palabras del director en el suspenso y también de Tarantino o Scorsese, por el lado de la violencia. Tiene otros caminos para llegar a esos momentos duros y hace que la película se disfrute de principio a fin. La fotografía es fundamental a la hora de retratar a los personajes y los escenarios donde se mueven. Un sótano en un barrio bajo y un caserón con amplios ventanales y mucha luz natural, que esconde un oscuro secreto.
La primera residencia pertenece a los que prejuiciosamente tildaremos de parásitos sociales pues irán de a poco y por invitación de un amigo del hijo de los Kim, metiéndose en la vida de la familia Park. Los dos son apellidos comunes en Corea del Sur.
Los Kim verán que la familia Park es permeable a los servicios que ofrecen. Lo que no tendrán en cuenta es que la vida que asumirán les demandá ser más que simples actores. El lujo y las comodidades irán fagocitando a los en principio simpáticos estafadores y mostrarán a los monstruos en los que los puede llegar a convertir ese cuento el que se metieron de lleno.
Todas las casas y las escaleras que vean en la peli fueron construidas especialmente para la película. Mr. Bong Hoon-Jo dijo que nunca había construido tantas escaleras en su carrera y menos en su vida. El esfuerzo valió la pena como así también el trabajo con los actores que demandó mayores marcaciones que en sus anteriores realizaciones para que las escenas tuvieran precisióm milimétrica por la necesidad de luz natural de los ventanales y la posibilidad de filmar las escenas en una sola toma para aprovechar estos aspectos.
Los cuatro premios que se llevó de la noche del Oscar fueron históricos y debe ser que Bong Hoon-Jo sabe cómo retratar a las familias ya que filmaba casamientos y hacía fotografía de sociales. Cuando estuvo en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata recordó este trabajo y que nunca dejaba pasar las lágrimas de las madre frente al acontecimiento nupcial.
Creo que tanto esta ocupación y la de haber sido tutor de niños como lo es uno de los personajes hizo que su película tenga un alto nivel de creencia en lo que vemos en pantalla.
Aprovechen a verla en el cine ya que vale la pena en todos sus detalles.
Un brindis por el buen cine.