EL ARBOL Y EL BOSQUE
Luego de su flirteo con Netflix y la producción de Okja, el surcoreano Bong Joon-ho regresa a su país con Parasite, una comedia negra sobre una familia de clase baja que engaña a una de clase alta y termina ocupando su mansión de diferentes formas, con actividades cercanas a la servidumbre o la generación de servicios: sirvienta, chofer, profesor de inglés, son algunos de los intercambios posibles entre clases. Parasite es una comedia picaresca que a medida que avanza va virando hacia la negrura más absoluta, y que en el camino va dejando entrever las distancias económicas que existen en una sociedad partida, de inicio, por el acceso a lo tecnológico. En su narración, centrada casi en el único espacio de esa gigantesca casa, hay mucho de vodevil, incluso en algunas resoluciones sumamente antojadizas. Porque Parasite, en el fondo, vuelve a la vieja disquisición entre el árbol y el bosque: el árbol es su perfección narrativa que nos envuelve y nos lleva de las narices; el bosque, una película de guión, una serie de giros inverosímiles y una representación social que recurre al trazo grueso. La película de Bong Joon-ho puede ser amada u odiada, y aporta material tanto para quien se quede con el árbol como para quien prefiera ver el bosque. Es un poco lo que eligen los ricachones de esta historia, incapaces de ver más allá y descubrir lo que está sucediendo a su alrededor. Muchas veces al borde del candor, eso sí.
Indudablemente que Parasite quiere asumirse como una sátira social, y al igual que Guasón ofrece elementos para la lectura sociológica fácil y un poco complaciente sobre los males del mundo. Hay detalles que están demasiado subrayados (y hasta presentan ciertas aristas discutibles) como el aroma de los representantes de la clase baja, pero otros más interesantes, relacionados con la propia geografía de la ciudad y cómo ello condiciona la existencia de cada sector social. En la ciudad que presenta Parasite están los de abajo y los de arriba, en una distancia social y cultural que es marcada por lo material y por la ambición de dinero. Escalar esa distancia es lo que nuestros antihéroes pretenden. Sin embargo, y también como la película de Todd Phillips, la película presenta una serie de variantes que permiten el disfrute más allá de sus símbolos y eso tiene que ver con la habilidad del director para construir un universo que nos encierra y nos seduce. Y nos deja, otra vez, mirando el árbol.
La sátira social y familiar, oculta en los pliegues de una película de género, es algo que Joon-ho ya había hecho, por ejemplo, en The Host, aquella película de monstruos que tenía como fin último el rearmado de una familia disuelta en un contexto realmente salvaje. Pero el cambio de tono en Parasite es evidente, de aquel retrato amable y cariñoso sobre los personajes el director pasa a un cinismo que bordea por momentos el miserabilismo y lo deja a centímetros de un Iñárritu, como sucede por ejemplo con la secuencia de la inundación (un problema de la película es que resulta imposible tener empatía por algún personaje). Claro está, el surcoreano es un director con una mirada cinematográfica y eso, en algún momento, se impone. Y Bong Joon-ho va aplicando giro tras giro, hasta retorcer la historia al límite de sus posibilidades. Parasite, con sus constantes vueltas de tuerca, pone en alerta al espectador, lo hacen mover dentro de la trama (de esa casa), también lo incomoda y lo hace esperar el próximo evento que renueve la atención. Bong Joon-ho es un gran narrador y la variedad de recursos que pone en juego en esta historia son incontables, incluso aquellos que están para distraer y perdonarle algunas imprecisiones. Porque Parasite es una película de guión, pero con la virtud de que no se nota demasiado. Hacia el final (en un epílogo absolutamente anticlimático), la película termina evitando la condescendencia y se vuelve un poco más compleja. Sin embargo, si por algo recordaremos a Parasite será por todo lo que la antecede, por ese divertido rompecabezas que Bong Joon-ho va armando, incluso hasta quebrando el verosímil, y que una vez que encastra termina estallando en un festival gore. Y así nos quedamos (ad)mirando el árbol ante un bosque que, sí, no ofrece tantas novedades.