El olor de la sociedad.
El director surcoreano Bong Joon-Ho ha sabido demostrar con cada una de sus piezas cinematográficas el balance perfecto que puede lograr entre su atrapante cine de entretenimiento y la incisiva crítica social. Con Parásitos, su más reciente film, no sucede lo contrario y le da forma a una historia que, al igual que la transformación de sus personajes, va mutando a medida que se desarrolla.
El director, arquitecto de su obra, concibe los espacios en los que centra la trama —principalmente un refinado hogar de clase alta— como separación de los estratos sociales, mientras que la variedad de géneros deposita al espectador en el terreno de lo imprevisible; arquitectura de la imagen, orquestación de la ambición.
Con un humor que ironiza y a la vez invita a la toma de conciencia a través de los personajes y su entorno, la historia centra su mirada en una familia de clase baja que vive en las llamadas casas “semi-sótano”, buscando ganar dinero armando cajas para pizzas y paseándose por cada habitación intentando captar algunas señales de wi-fi. Entre una unión de suerte y viveza, el núcleo familiar se empieza a conformar como un grupo de inteligentes estafadores. Cuando el hijo mayor Woo (Choi Woo Shik) es recomendado por un amigo para darle clases de inglés a la hija de una familia privilegiada, es a partir de allí que de manera encadenada cada miembro de la familia desempleada torcerá las cosas a su favor para tomar los trabajos de otros y hacerse con un lugar dentro de estrato social diferente.
Lo que comienza como una recomendación, con mentiras de por medio —que pasa de Woo siendo profesor de inglés, el cual, a su vez, sugiere a su hermana Jung (Park So Dam) como profesora de arte para el travieso hijo menor— se convierte paulatinamente en un manipulador plan que deja en la calle al chofer y la ama de llaves, para que sus lugares sean ocupados respectivamente por sus padres, interpretados por el actor fetiche del director, el actor Song Kan-ho y la actriz Lee Jung-eun, algo que el director crea de manera exquisita con una fluidez orquestal que resulta cómica y trágica a la vez. Bajo el prisma de una absurda desesperación, el espectador se vuelve un divertido testigo y cómplice de estos personajes que hacen hasta lo más malicioso para obtener un sentido de pertenencia.
Si bien los Park, la familia que emplea a los protagonistas, es descrita con ingenuidad y la típica frivolidad de quien vive en un mundo ajeno a la conciencia de clase, no hay verdadera maldad en su trato como sí ocurre con el resto. Y es cuando la familia de clase alta se va de viaje, cuando el espacio del hogar es ocupado por los empleados bajo una falsa idea de que todo les pertenece y pueden hacer lo que quieran, impunemente. La maldad de esta familia se ve ligada a la desesperación y al alcance de un modo de vida que, por errores propios o por la carencia de posibilidades, se le fue negado, marcado principalmente por la invasión del capitalismo que impone un muro alrededor del mundo, imposible de derribar. Esto, a su vez, hace que el film sea mucho más universal de lo que en principio aparenta.
Es así como el film se compone magistralmente de un uso de los espacios como reflejo de la separación de clases. Comenzando con la casa “semi-sótano” donde los personajes viven por debajo de alguien, pasando por el hogar de clase alta construido en lo alto de una colina, y por último el revelador búnker del mismo hogar. Dicho espacio marca un punto de quiebre en el relato y de manera sutil convierte lo que venía siendo una comedia negra en un film de suspenso y, por momentos, de terror. La revelación de que el marido de la antigua ama de llaves ha vivido por años en el búnker secreto de la casa, concatena una serie de eventos puramente de tensión donde los pertenecientes a una misma clase se atacan entre sí. No hay lugar para ayudarse entre sí, el desprecio y la competencia es el alimento de la desesperación que sólo fortalece al sector privilegiado.
Bong Joon-ho se sirve del subgénero home invasion para lograr con cada espacio un verdadero y crítico reflejo de la sociedad y el comportamiento humano, incluyendo también lo sensorial a través del olor, un elemento más para denotar la separación constante y la imposibilidad de pertenecer. El olor de la pobreza aquí solo es tapado por otro tipo de aroma: el de una invasión colonial que atenta con toda posible unión y de la cual los que más pierden son aquellos que menos tienen. Parásitos le da forma a su poderosa arquitectura cinematográfica sostenida por un ritmo in crescendo al que el espectador jamás puede adelantarse, y que solo puede optar por disfrutar la tensionante construcción que también invita a tomar posición de manera reflexiva. Las cercanías y distancias del espacio funcionan como terreno donde el desprecio y la falta de empatía se vuelven los verdaderos protagonistas. Cada hogar es un mundo, y este en particular expone la cruel verdad del mundo que todos habitamos.