El consenso es algo que debilita la cinematografía, y más cuando como bola de nieve algunas propuestas como “Parasite” llegan precedidas de premios, debates, discusiones, que no hacen otra cosa más que acrecentar una película que atrasa conceptualmente y en la que su director no aparece como en otras producciones.
Aquello que se celebra como el reconocimiento de la industria a un director que viene generando un sinfín de propuestas mucho más interesantes que ésta (The Host, Memorias de un asesino), en realidad termina por esconder un fenómeno que tiene que ver con su homogeneización. Ya no es autor transgresor.
En la historia de dos familias, una rica, una pobre, que terminan fagocitándose entre sí, hay un vodevil latente que bien podría haber sido escrito y filmado hace más de cuarenta años, pero se lo hizo ahora, con un atraso conceptual importante.
En la puesta al día de la lucha de clases a partir del engaño, el ocultamiento y el armado de un siniestro plan que luego termina por desencadenar un espiral de violencia incontenible, “Parasite” no hace otra cosa que debilitar un contenido que se disfraza de alegato social y que podría haber reforzado algunos conceptos importantes.
Pero en el trazo grueso con el que Bong Joon Ho decide presentar a los opuestos, la obviedad con la que desarrolla el encantamiento de unos sobre otros, y el desenlace plagado de violencia y dolor, no sólo imposibilitan una reflexión sobre los mismos, sino que, además, pretende reflejar un estado de cosas que nada tiene que ver con la realidad.
Los pobres huelen mal, roban internet, no tienen trabajo, engañan para sobrevivir. Los ricos, son ingenuos y se permiten oler como dioses, vestirse aún mejor, y dejar en manos de otros sus destinos, incluyendo sus vidas.
Claro, esto es cine, y si limitamos esa confrontación, engaño y posterior revelación de un estado diferente de las cosas, no estamos siendo fieles a la idea que “Parasite” termina por representar: la de una sociedad dividida, lamentable, parasitaria, en la que nadie tiene nada ganado, ni aún pagando por su felicidad.
El artificio de “Parasite” se revela ante los ojos del espectador a los pocos minutos de iniciada, y en la recurrencia de ese loop de engaño/revelación/engaño/revelación eterno, se pretende innovar en una estructura narrativa clásica de tres actos convencionales y aburridos.
“Parasite” interpela con su aire de película de autor y novedad, pero esconde en su discurso un mensaje mucho más aterrador que las acciones de los pobres contra los ricos y viceversa.
La idea de una comedia vodevilesca, en donde quien esconde mejor sus secretos puede triunfar en un mundo tirano y cruel, aplasta sus preceptos, convirtiéndose en nada más ni nada menos que un universo ficcional ya visitado con anterioridad por producciones mucho más heterogéneas y sin pretensiones de ser LA VERDAD sobre nada.
POR QUE NO:
«Bong Joon Ho ya no es un autor transgresor»