Una road movie de postales, que apela a todos los clisés que la mirada del norteamericano culto tiene sobre lo francés, es lo que construye Eleanor Coppola en París puede esperar, su primera ficción.
El artista intelectual y el burgués estadounidense tienen una evidente fascinación con Francia. Caen embelesados a los pies del touche personnelle francés con más sesudas o más simplistas razones, según les permitan sus capacidades reflexivas. Eleanor Coppola (documentalista reconocida, esposa de Francis Ford, madre de Sofia y de Roman) no es la excepción.
Anne (Diane Lane) es la esposa de un productor cinematográfico de Hollywood (Alec Baldwin), a quien acompaña en el Festival de Cannes. Por un problema en sus oídos (cierto dolor insistente) debe bajarse del viaje en avión que tenían programado. Jacques (Arnaud Viard), un francés, socio de su marido, se ofrece a llevarla en auto hasta París.
Lo que sigue es una road movie turística y gastronómica con sus respectivas paradas para demostrar, exhibir y desplegar los estereotipos que sobre lo francés el mundo instituyó: banquetes opíparos (que incluyen los mejores quesos) maridados con los mejores vinos, los bellos paisajes de la campiña, las flores con aromas inigualables, la galantería de sus hombres (que libremente pasan del romanticismo a la búsqueda de la satisfacción sexual), la cultura como estandarte a relucir a cada momento.
A la reafirmación de los clichés le agregamos algunas confesiones personales nunca expresadas y el cóctel de la mediocridad elitista está servido. No importa que todo lo que Anne transite (el viaje de Cannes a la Ciudad Luz, los lugares visitados, la muerte de un hijo, etc.) haya sido vivido por la directora -funcionando la protagonista como una especie de alter ego y el filme como un diario íntimo o una catarsis-, si sólo queda en eso. Que es lo que ocurre en París puede esperar.
Cada parada está calculada y no sólo por el conductor sino, y lo que es peor, por un guion que no hace gala de una sola originalidad o frescura o imprevisibilidad que rompa con las artificiales y falsas interrupciones en el camino.
Apenas instantáneas de esos momentos recolecta Anne (fotógrafa amateur) que museifican detalles donde sólo importan los colores y las texturas sin lograr armar un recuerdo, ni darle vida. Instantes bellos pero vacíos, superficiales. Y en espejo, Coppola sólo atina a armar un collar de fotografías muertas que ni esa exquisita actriz y mujer que es Diane Lane puede salvar.