Primer largo de ficción de la señora esposa de Francis Ford Coppola, esta comedia romántica madura se desarrolla a lo largo de un par de días, los que se toma la pareja protagónica en viajar desde Cannes a París. Están en la ciudad de la Costa Azul porque son gente de cine: Michael (Alec Baldwin), un importante productor, su mujer Anne (Diane Lane) y el socio francés Jacques (Arnaud Viard). En el preámbulo, a ella le duelen los oídos, así que prefiere evitar la avioneta privada que los llevará a París, y Jacques se ofrece, solícito, a llevarla en su viejo Peugot. Ella se deja llevar, y luego invitar y agasajar, en la serie de paradas magníficas que el francés le propone. Cómo no sucumbir a los encantos de verdaderos banquetes de la mejor cuisine mientras se atraviesan campos de lavandas en flor, como en un cuadro impresionista. La sensualidad de los sabores de las frutillas salvajes recién cortadas y los mejores vinos se va desplegando frente a esta bella mujer estadounidense, si bien amada, amada por un marido demasiado ocupado. Hay indicios, al principio, para sospechar del francés, casi un estereotipo de lo galante, como cuando le pide a ella su tarjeta de crédito o se pasa de la raya con los piropos. Pero Coppola no tira de esos hilos, más intrigantes y atractivos. En su lugar, París puede esperar termina siendo una especie de catálogo gastronómico, que entierra la potencial sutileza de su planteo de base bajo capas de platos y galantería, en una letanía difícil de seguir sin aburrirse y pareciéndose más a un vehículo de difusión turística que a una película con alma.