ROAD MOVIE GERIÁTRICA
Tal vez David Lynch haya sido el inventor hace algunos años con Una historia sencilla, pero es París puede esperar la que mejor se adapta a las nuevas reglas del mercado que piden a los gritos reversiones genéricas para todas las edades: si tenemos las comedias románticas geriátricas (Elsa y Fred), los policiales geriátricos (Un golpe con estilo), la escatología geriátrica (Mi abuelo es un peligro), este film de Eleanor Coppola instala el concepto de road movie geriátrica. Aunque seamos buenos: Diane Lane, Alec Baldwin, Arnaud Viard, entre cincuentones y sesentones, lejos están de El Exótico Hotel Marigold, pero también es cierto que a partir del punto de vista de la octogenaria directora (esposa de Francis Ford Coppola) la película se reviste de una estética algo avejentada, de una levedad un poco manipuladora y de una buena onda general que busca algún pacto entre el relato y el espectador, conocedores ambos de que afuera de la sala suceden cosas mucho más complejas y oscuras.
Lane interpreta a la esposa de un productor de Hollywood (Baldwin, en plan “qué bien me salen los personajes un poco despreciables”) que anda por Cannes en pleno festival de cine y más atento a los problemas de un rodaje en Marruecos que al disfrute con su mujer. Por una excusa del guión, la señora no podrá tomar un vuelo que la iba a depositar en Budapest y terminará viajando a París en auto acompañada por un colega de su marido (Viard). A partir de ahí la película se convierte en la tan mentada road movie, intercalada por momentos en que los viajeros se detienen en restaurantes caros y pintorescos a comer riquísimos platos de alta cocina y tomar vino, mientras van charlando de la vida y se va cocinando un romance a fuego lento. El viaje se dilata, París nunca llega, y la pareja recorrerá una cantidad de destinos turísticos que ni al Woody Allen más pesetero y de viaje por Europa se le hubieran ocurrido. Hay algo autoconsciente en el relato y que emparenta el registro a lo turístico, y que tiene que ver con una serie de fotos que el personaje de Lane saca a todo lo que la rodea. También es cierto que esto, como la mayoría de las decisiones que toma Coppola, resulta bastante superficial y no termina por reforzar ningún concepto.
Bueno, tal vez sí hay una decisión precisa y que fortalece a París puede esperar: la elección de Diane Lane para el personaje principal. Actriz talentosa y de belleza clásica, su presencia también invoca cierta levedad áurica que se lleva bien con este relato intencionadamente raquítico y desprovisto de tensiones. Su falta de intensidad para abordar el drama permite que la película avance sin demasiados problemas, construyendo casi sin esfuerzo un clima bucólico reforzado por el paisaje de la campiña francesa. El grado de tolerancia del espectador al empalague general también sirve para medir la efectividad de una película que se vuelve demasiado reiterativa, sostenida en base a clichés y que además es poco sustancial en su apuesta por el diálogo pseudo reflexivo y maratónico.
Ecos del Linklater de la saga Antes del amanecer y del Kiarostami de Copia certificada sobrevuelan la película, pero claro que Coppola lejos está de la sofisticación formal de ambos directores. París puede esperar tiene objetivos más cercanos y mínimos, los de apenas satisfacer a un espectador mucho menos exigente que el paladar de aquellos que concurren a los restaurantes que pueblan el film.