Un piñazo en contra
Decir a esta altura que Jason Statham es el mejor actor de acción de la actualidad es reiterativo y, además, una verdad a medias: sí, el tipo se ha convertido a puro esfuerzo en una figura universal y eso es más que elogiable porque habla de sus cualidades como profesional y hombre de trabajo: con ese gesto nos dice que con esfuerzo y persistencia alguien puede estar en ese lugar, nos ilusiona en que podemos ser como él. Tal vez esa sea su mayor virtud y, de ahí, la constante empatía que generan sus personajes. Pero decía que lo de su entronización es una verdad a medias, porque en verdad Statham lo que viene a ocupar es un lugar iconográfico como héroe de acción para un público nostálgico que quiere volver a los tiempo de los Stallone o Schwarzenegger. Salvo por la saga El transportador -que traducía el dibujo animado a la acción- o Crank -que llevaba el género a una espiral de locura con una estética de videojuego-, Statham ha venido protagonizando films que intentan recuperar viejos estilos para el cine de acción. Se podría decir que Statham es el más nuevo de los viejos héroes de acción. Para encontrar un héroe moderno dentro del género, pensemos en Tom Cruise y su apuesta física y romántica puesta al servicio de películas que hacen de la plasticidad y la locura una proclama: la saga Misión Imposible, Encuentro explosivo, Guerra de los mundos. Ahora, todo bien con Statham, pero ya comienza a ser hora de que elija proyectos que estén un poco a la altura de sus posibilidades: Parker es otro de esos films menores en los que se involucra. Muy menor.
Hay que reconocer una cosa: las películas malas de Statham pueden no gustar, pero nunca enfadar ya que se trata de entretenimientos escasamente ambiciosos y hasta tienen cierto encanto grasa con esa lascivia berreta que desprende y su pose canchera. En cierta forma recuerdan a esos policiales de medio pelo que se editaban en VHS en los 90’s. Parker sigue más o menos esa línea, pretendiéndose un poco heredero de los films de venganza entre maleantes como Revancha (remake de A quemarropa), tanto que está basado en una novela de Donald E. Westlake, el mismo de aquel policial vengativo con Mel Gibson. El problema es que no hay detrás de cámaras alguien con un poco de criterio como para contar (y estas historias sólo exigen alguien que sepa contar) la mínima anécdota que será tallada a piñas y tiros: si Taylor Hackford alguna vez tuvo ese criterio, lo perdió hace ya mucho tiempo.
Parker es dueña de una paradoja: está contada a cien por hora, como si los productores estuvieran apurando desde detrás de cámaras, pero igualmente le lleva desenredar la trama unos interminables 118 minutos. El prólogo cuenta 40.000 cosas y carece de elipsis que sepan qué mostrar y qué no: para Hackford cada cosa merece sus segundos en pantalla, aunque sea un dato irrelevante. Esto deja en claro que la adaptación de la novela ha sido por demás espantosa (como se dice habitualmente, se nota el pase de página): el guionista es John J. McLaughlin, de quien en apenas una semana vimos esta y Hitchcock, el maestro del suspenso. Y hace un par de años El cisne negro. Pobre muchacho…
Claro está que todo esto no importaría si en definitiva Parker tuviera un par de buenas escenas de acción. Pero ni eso siquiera. Hackford carece de estilo y, lo que es peor, inutiliza el efecto Statham al abusar del montaje y dejar fuera de campo la consabida capacidad física del actor. Lo que queda entonces es un film negro livianísimo e irrelevante, con sobreacutaciones de campeonato (todos los que integran el bando de los “malos”, incluido el bueno de Michael Chiklis), personajes que salen de la trama misteriosamente (Nick Nolte), otros bastante ridículos (Jennifer López), chistes malos y humor que surge cuando no se lo busca, escenas de acción escasamente creativas y un sadismo para las escenas de violencia que carece de estilo y es arrojado sin gracia a la cara del espectador. Esa falta de autoconciencia y humor, algo típico de Hackford (apenas un artesano mediano que se cree autor), es lo que condena a Parker a una inmediato olvido.