En algún que otro momento, Viaje al paraíso sintoniza con esa tradición pródiga de clarividencia, en especial cuando el centro narrativo se desplaza hacia la relación entre Roberts y Clooney, y se deja de lado un poco su misión para interceder en la boda de su hija. Hay una escena muy al paso en la que Clooney no puede dormir, se levanta y va al bar del hotel. En esa secuencia mantiene una conversación con la amiga de su hija. Es una escena de otra índole, como alguna que otra más, en un relato cuya irrealidad es tan apabullante como las bondades del ecosistema australiano travestido como la famosa isla de Indonesia. Al fraude del territorio, al que se le dedican elogios reiterados, se suma una antología de rituales y costumbres cuyo rigor antropológico es similar al que puede intuirse en una guía turística cuando adjunta a las recomendaciones jamás desprovistas de exotismo un presunto conocimiento cultural.