Entender el pasado, vivir el presente
La convulsionada década del 70 sigue proporcionando material dramático de sobra al cine argentino. Para ser sinceros es cuanto menos dudoso que el público general se entusiasme con una temática que a esta altura parece agotada después de años y años de catarsis por parte de toda una generación de autores y realizadores que nacieron o fueron niños pequeños durante ese tan conflictivo como complejo período histórico. Aquí ya entran en juego las motivaciones y el objetivo de cada director para con su proyecto personal. Si bien el cine es un arte industrial cada cineasta debería hacer la película que le dicta el corazón y las tripas. Si lo que surge sintoniza con el gusto de la gente, pues genial. La vean cien personas o quinientas mil es totalmente respetable. Eso sí: a mayor inversión es lógico que existan presiones para que el producto tenga una llegada lo más masiva que se pueda. No es lo mismo estrenar en una salita de cine arte en horarios y días limitados que un lanzamiento nacional simultáneo en los principales complejos de exhibición con decenas de copias a disposición. Si por sus características intrínsecas la película nunca buscó la explotación comercial y su responsable fue capaz de terminarla en sus propios términos, y además de eso estrenarla y cumplir con técnicos y actores… es como para sacarse el sombrero. ¿Y la calidad del producto? Como espectadores es lo único que debería preocuparnos. La aventura, o a veces locura, de largarse a filmar es patrimonio de sus hacedores y sólo de ellos: si quieren hipotecar su casa, participar en experimentos científicos (como fue el caso de Robert Rodriguez para financiar El Mariachi) o compartir los riesgos a través de una cooperativa, no es algo que involucre al destinatario natural de la obra. Y si es mala, fallida o no está a la altura de tantas expectativas depositadas en ella a no ofenderse cuando la crítica meta el dedo en la llaga. Son las reglas del juego y hay que aceptarlas.
En Pasaje de vida Diego Corsini se planteó el desafío de bucear en el pasado de sus padres en la Argentina de mediados de 1970 y convertirlo en un guión que no obstante su sedimento biográfico documentado le deja espacio a la libertad creativa. ¿Cómo hizo Corsini para hablar de la afiliación de papá y mamá con el grupo Montoneros sin caer en el antipático desborde ideológico? Antes que nada se nota que afrontó el compromiso con la edad y/o madurez justa ya que manifiesta en su trabajo un equilibrio narrativo nada sencillo de plasmar. Y después está la historia de amor que más allá de los aspectos políticos es con lo que nos podemos identificar todos. Fue inteligente ahondar en ese aspecto de la trama. Le da impulso a los personajes y un contexto emocional que adquiere autonomía propia para proyectarse al presente donde los sobrevivientes intentan encontrarle un sentido a esos traumas que pueden estar soterrados, nunca olvidados, y que vuelven a emerger quizás de la manera más inesperada.
La estructura elegida por Corsini y su coguionista Fran Araujo es la de dos líneas temporales que se van solapando a medida que avanza el relato. Tenemos la línea argumental más atrayente que transcurre en suelo argento cuatro décadas atrás donde nos presentan a Miguel (Chino Darín), Diana (Carla Quevedo), Pacho (Marco Antonio Caponi) y Sonia (Carolina Barbosa), todos ellos comprometidos con la causa gremial. Es interesante ver cómo se va entroncando ese movimiento con la lucha armada y el pase a la clandestinidad a partir de los eventos por todos conocidos. La muy extrema toma de posición de Pacho y Diana contrasta con la mirada de un Miguel más descreído de que la violencia resuelva algo. La subtrama romántica entre Miguel y Diana obviamente no es equiparable a la de una comedia: no hay nada edulcorado en esa relación pero se siente auténtica, creíble, favorecida también por la buena química entre los actores. La otra línea argumental es en España, y en el presente, donde un Miguel avejentado (interpretado por Miguel Ángel Solá) ha sufrido una embolia y a su hijo Mario (Javier Godino), con quien prácticamente no tiene contacto, no le queda más remedio que acompañarlo y cuidarlo por una temporada. En ese tiempo que comparten juntos las diferencias que siempre los separaron vuelven a explicitarse pero debido a su mente afectada el hombre comienza a confundir eventos y nombres de la actualidad con los de su pasado y esto despierta la curiosidad de un Mario que jamás supo exactamente cómo fue que perdió a su madre a tan corta edad. Con la ayuda de una médica amiga (Silvina Abascal) Mario deja de lado cierta indolencia personal para por fin involucrarse en la historia no sólo de sus progenitores sino también de todo un país.
Pasaje de vida además de ser un aplomado thriller político es una película que interpela al espectador con mucho criterio y le deja planteado un dilema moral que es el mismo que atravesaron Miguel, Diana y demás compañeros militantes en un momento clave de nuestra historia como pueblo: ¿que hubieses hecho vos de haber estado en ese lugar? No hay respuestas fáciles. Pero Corsini hace las preguntas que debe aunque sean muy duras y dolorosas. Sin dudas es un filme para seguir debatiendo a la salida del cine. No será la obra definitiva sobre el tema que desarrolla pero contiene suficientes valores artísticos como para desearle que encuentre su público. Corsini es un director que habrá que seguir de cerca en lo sucesivo. Mientras tanto le doy mi voto de confianza. Bien merecido lo tiene.