Si bien la película dirigida por Diego Corsini progresa estructurada en dos tiempos, tiende a la confusión sobre el narrador pues simultáneamente presenta tres ejes narrativos.
Desde la estructura nos presenta el tiempo actual en España, lugar en que concluirá la historia de Miguel (Miguel Ángel Sola), un exilio forzado hace más de 40 años, y el tiempo pasado en la Argentina.
Ese tiempo anterior al oscurantismo total en la Argentina que se vio reflejado en el gobierno de Isabel Martínez de Perón, en tiempos en que los montoneros pasaron de la militancia gremial o estudiantil a la clandestinidad y lucha armada.
En cambio los ejes narrativos y los puntos de vista serían tres. Una, la reconstrucción de la historia en Argentina la realiza Mario (Javier Godino), a partir de una novela escrita por su padre, casi se huele autobiográfica, el problema es que por momentos se funde, se confunde, con el punto de vista desde la actividad mnemónica de Miguel, y no desde su novela.
El segundo o el tercero eje narrativo, es en el presente y vuelve a instalarse en Mario, es la búsqueda infructuosa de poder ver algo de su padre en ese hombre deteriorado por una enfermedad degenerativa, y este es otros de los problemas del filme.
La historia casi se diría que, no por el contenido sino por las formas y los recursos que utiliza para hacerlo, es tan pueril como fallida.
Mario debe ir de urgencia a ver a Miguel, su padre, debido a que tuvo que ser internado por una grave enfermedad neuronal, que es diagnosticada como embolia cerebral, algo así como un infarto del cerebro. El problema es que Miguel actúa como si su patología fuese una demencia presenil, pero de libro mire, Sola esta perfecto en el papel hasta que alguien dice: segunda embolia cerebral que sufre tu padre. Deformación profesional mediante, la pregunta que se instala es ¿qué necesidad hay de diagnosticar? Y si ya lo van a hacer ¿por qué no consultan con un especialista?
Miguel vive ahora confinado en su propia mente, de manera atemporal, no logra diferenciar lo actual del recuerdo. Nombra a Diana. ¿Quién es Diana? Habla de la necesidad de encontrarla. Este interrogante estimula a Mario a comenzar una investigación reconstructiva en la fábula de su padre, de la cual conoce apenas los detalles de una novela familiar que comienza a desintegrarse.
La enfermedad de Miguel se acrecienta, los misterios y anagramas que Mario va descubriendo sobre la historia de sus padres se van tornando más enmarañados y reservados. Una ficción de un amor real, de pasión y riesgo de vida, de huída y supervivencia al más alto costo, en una época oscura de la Argentina.
Todo esto está construido y trata de diferenciar las épocas y los espacios en donde transcurren los hechos. El Chino Darin es Miguel de joven, y no desentona, el problema de los tonos esta el la dirección de fotografía por creer que con un cambio de tonalidad en la imagen, más pálidas en el pasado, colores más vivos en el presente, se soluciona.
El grave problema es que la fotografía impregna lo que se instala en el plano, en el cuadro, y eso es paupérrimo. Hay infinidad de detalles que no deberían verse, pues estamos a mediados de la década del ‘70, entre otras cosas no existían las antenas de celulares, por ejemplo.
Pero eso no seria grave si el guión y la dirección fuesen al menos correctos. El montaje se salva del incendio, pero la mala organización de los flashbacks, del retorno desordenado, no vuelve de donde partió, si los personajes estuviesen bien construidos, con sus motivaciones y conflictos en danza, pero no todo parece quererse dar por sobreentendido, o ser aceptado a ultranza.
Hasta cuesta creer que Javier Godino, español de origen, quien hiciera un magnifico trabajo de un argentino medio en “El secreto de sus ojos” (2009), tenga tan pobre actuación en este filme.
Las intenciones parecen loables, pero las formas y el resultado quedaron al parecer lejos de la idea original.