La memoria de un padre
Una historia sólida desde el guión que se embrolla con la difícil representación de los setenta.
La memoria clavada en los setenta. No es una metáfora la de Pasaje de vida, sí es ficción pero basada en un caso real, el de la familia del director, Diego Corsini. Pero sobre todo es una película, hay que verla como tal. El que quedó clavado en los setenta es Miguel (Miguel Angel Solá), aquejado por una rara crisis emocional que lo traslada a sus días de montonero. Un montonero crítico, light, que ahora está viejo y enfermo, anclado en su historia, en aquellos lejanos días de juventud cuando cruzó el esplendor del amor y sus convicciones políticas, en los que tuvo un hijo, Mario, que ahora viene a su rescate y a entender algo más de aquel drama.
Son dos historias entonces. Una actual, en el eterno exilio español. “¿Quién es Diana, papá?”, le pregunta Mario a Miguel, y arranca esa búsqueda, que también es un recorrido y reinvención de una relación dañada por la tragedia, pero con un trasfondo de amor escondido tras las limitaciones y la belleza del caso. Otra el pasado, contextualizado en Buenos Aires, en la incipiente organización de Montoneros, en la creciente ferocidad de la Triple A, en las huelgas obreras con un Miguel joven (Chino Darín) y Diana, su hermosa compañera, que pasan de pintar paredes con “la sangre derramada no será negociada” a tomar las armas casi por inercia.
Presente y pasado, España y Argentina, memoria y olvido. A Pasaje de vida le va mucho mejor allá, en el viejo continente, con actuaciones más sólidas y vínculos más creíbles. Acá, en los setenta, le pasa lo que a la mayoría de las películas que intentan escenificar esa época. El peso de la historia es tan grande que corporizarlo roza el pecado. Ya hablar de un thriller setentista es prácticamente una banalización. Y ni hablar del contenido político.
La película baja línea en algunos puntos bien polémicos en los setenta, como el paso a la clandestinidad, las diferencias entre los militantes de base y la conducción de Montoneros y también la decisión de pasar a la lucha armada, una vez asumida Isabel. “Lo que perdimos con la política, no lo vamos a ganar con las armas”, dice con escasa convicción el joven Miguel. Por suerte, el filme no se adentra en la ciénaga setentista, y sólo cuenta una historia familiar marcada por aquella otra historia, demasiado pesada y esquiva para gran parte de la cinematografía argentina. Historias de amor cruzadas en el tiempo y la distancia que desembocan en una, la de padre e hijo en este caso.