Es interesante que, desde hace algunos años, estamos viendo cine de terror de varios países; sobre todo rusas.
No son perfectas, pero se notan dos cosas: primero, haber comprendido que el terror funciona universalmente (es uno de los pocos géneros que siempre ganan dinero, que tiene un público muy fiel). Segundo, que hay pericia técnica.
Aquí hay una mujer con una niña pequeña en viaje, un avión en plena tormenta, una serie de muertes inexplicables, y algo terrible que pone en tela de juicio la realidad tal cual la ve la protagonista.
Todo está narrado con lo preciso y justo (mire la duración: menos de 80 minutos), buscando provocar en el espectador esa inestabilidad que lleva al miedo, el miedo que lleva a lo maravilloso.
Por supuesto, no carece de lugares comunes, pero no está mal hacer terror con la idea de la inestabilidad o la poca confianza que despiertan nuestras percepciones. Un género que, salvo cuando se hace sin respeto, no suele defraudar al espectador.