Hace unas semanas se estrenó La llegada, una película de ciencia ficción en la que la invasión extraterrestre no era el marco de una historia de aventuras al estilo La guerra de los mundos o Día de la independencia (o mil más) sino que se usaba como excusa para contar una historia compleja sobre la manipulación del tiempo, el destino y, en definitiva, la vida trágica de la protagonista. Ahora se estrena Pasajeros, una película mucho menos ambiciosa pero que también usa el género de ciencia ficción como excusa: el viaje interestelar como pretexto para contar una historia de amor.
Estamos en el futuro a bordo de la nave Avalon, que transporta 5 mil colonos que se van de un planeta Tierra devastado a poblar el lejano Homestead II. El viaje dura 120 años y tanto los pasajeros como la tripulación están hibernando. Una falla en una de las cápsulas hace que uno de los pasajeros, el ingeniero Jim Preston (Chris Pratt), se despierte 90 años antes de tiempo. Está solo en una nave enorme repleta de comodidades pero que no llegará a destino antes de su muerte.
Ese es el puntapié inicial de la historia. Un solo personaje -en realidad dos si contamos al barman robot interpretado por Michael Sheen- y un escenario imponente con el que el director Morten Tyldum (responsable de la mucho más deslucida El código Enigma) puede jugar usando el 3D. Pero la estrella de la película no es el noruego Tyldum sino el neoyorquino Jon Spaihts, autor del guión.
Spaihts fue responsable de los libros de Prometeo y Doctor Strange: Hechicero supremo, y lo será de los de las primeras dos películas del inminente Universal Monsters Cinematic Universe, la serie con la que Universal busca reintroducir a sus clásicos monstruos de los ‘30 a la manera de Marvel con sus superhéroes. Pero claramente el guión de Pasajeros es su trabajo más personal y arriesgado.
Digo arriesgado por lo que ocurre en el primer punto de giro. Conviene no revelar demasiado -el trailer y la sinopsis oficial se cuidan de hacerlo- pero podemos decir, sin entrar en detalles, que despierta otra pasajera: la escritora Aurora Lane (Jennifer Lawrence). Las circunstancias del hecho son las que no puedo revelar, que han provocado bastante polémica luego del estreno en los Estados Unidos y que son las responsables -seguramente- de la baja calificación de la película en Metacritic.
Solos para toda la vida en una nave que parece un palacio -tiene piscina, salón de juegos, distintos restaurantes y un bar- se enamoran, inevitablemente. Pero la relación, como en toda historia de amor, contiene una imposibilidad, un conflicto, un dilema que está íntimamente relacionado con la polémica generada por Spaihts en un momento de su historia. Ahí donde los críticos extranjeros se pusieron moralistas -con justa razón si estuviéramos juzgando a los personajes y no a la película- es donde reside la riqueza de la historia, lo que le da espesura, lo que en cierto momento -y gracias al excelente trabajo de Lawrence- nos angustia.
En el tercer acto Pasajeros se pone más convencional y aparece Tyldum para diseñar unas escenas de acción que están buenas pero que nos alejan del conflicto principal, que se resuelve un poco a los ponchazos (quizás porque es tan intenso y problemático que no admite resolución, pero esta es una película de Hollywood y algo hay que resolver) e incluso le da a la película un final medio abrupto y desprolijo. Pero aún así es imposible olvidar la incomodidad y el malestar que nos transmite ese amor ambiguo e imperfecto.