Solari busca novia
Es obvio que los tips para afrontar la soledad no prescriben, ni siquiera en el espacio exterior. Tampoco la tecnología que ofrece todo tipo de confort es la solución cuando todo llega al estatus de irreversible y la vida se condensa en una suma de momentos efímeros. Lo que parece un refrán ya trillado encuentra en la pseudo profundidad de Pasajeros (2016) su plataforma de despegue y de aterrizaje forzoso, al caer en todo tipo de clichés que podría resumirse -irónicamente hablando- en la siguiente frase: No es bueno que el hombre esté solo.
Ahora bien, sin pecar de ingenuos, pero apelando a un ejercicio de memoria elemental, es imposible no repasar la temática ya explotada en la película protagonizada por Matt Damon Misión rescate (The Martian, 2015), esa traspolación de Robinson Crusoe, que gracias a las elipsis cinematográficas exhibía las heridas de la soledad en el protagonista y su paulatino desapego por la idea de regreso a casa y del contacto humano, aunque con la mirada humanista delante de la frialdad de los hechos.
Si a eso le agregamos otro film como Gravedad (Gravity, 2014), película discutible desde varios niveles narrativos, pero inapelable en lo que a aspectos técnicos se refiere, la vastedad del espacio era el escenario adecuado para escarbar en el agobio de esa soledad, aunque existiese la convivencia entre un hombre y una mujer.
Pasajeros (2016) no es más ni menos que la condensación de esas dos películas, con un apartado visual diferente pero una franca consigna hacia la historia de amor como salvación a la vez que sacrificio. Revestida, claro está, de un pseudo pensamiento humanista, pone el ojo crítico en la frialdad capitalista sin exponer demasiados argumentos ni aportar ideas superadoras, como podrían haber surgido en el desarrollo teniendo en cuenta una premisa interesante como la de un hombre que por un desperfecto sale de su estado de “animación suspendida”.
Aquí, la metáfora con el letargo social, producto del consumismo y la sociedad inconformista del post modernismo es más que evidente, pero la salida en realidad es un salvo conducto para no escudriñar en la profundidad del asunto.
Una vez resuelto el conflicto de la soledad por una decisión egoísta, en contraste con el automatismo que rodea al protagonista, el film de Morten Tyldum se estanca en un derrotero en el que el espacio es un pretexto -también el género de la ciencia ficción- de no salida y el accidente otro para que fluya una historia de amor y la sensación latente de que al final de cuentas el chico se queda con la chica.
No por molesta, la historia se puede contar con tanta facilidad que resulta innecesaria toda la pátina existencial y a la que le sobran varios minutos de metraje, a pesar de mantener un ritmo sostenido y dramáticamente en ascenso hasta conseguir sus picos y clímax fieles a la fórmula.
Jennifer Lawrence cumple con otro papel donde logra lucirse con muy pocos recursos actorales, básicamente por su fotogenia y Chris Pratt convence en sus acciones y esa especie de culpa amorosa que envuelve todo su personaje durante la larga tarea de seducción en la nave, y por repetir a rajatabla el manual del muchacho simpático que termina ganándose el corazón de la chica difícil.