Segundas oportunidades
El nombre de Nancy Meyers está indefectiblemente asociado a la comedia romántica, pero más que centrarse en los típicos treintañeros con problemas afectivos (aunque fue la responsable de “El descanso”), suele darle buenos momentos de protagonismo a generaciones mayores, como lo fue en “Alguien tiene que ceder” (y su esgrima actoral entre Jack Nicholson y Diane Keaton). En “Pasante de moda” la apuesta es el cruce generacional pero no en clave romántica, aunque los problemas afectivos de cada etapa están tematizados.
De nuevo al ruedo
Ben Whittaker es un viudo jubilado todavía vigoroso a sus 70 años. Ya probó viajar y hacer todos los cursos posibles, pero quiere otra cosa, alguna experiencia que lo desafíe. De casualidad, se entera de que una empresa que vende ropa por Internet está tomando pasantes seniors (una forma de llamar a los abueletes en Estados Unidos); lo que no sabe es que es un programa de vínculo con la sociedad más que algo en serio, y no es una cosa que entusiasme a la fundadora de la empresa, la sobrepasada Jules Ostin, con quien (encima) le tocará trabajar directamente.
De a poco, Ben (que tuvo experiencia empresarial) empieza a ganarse el aprecio de sus compañeros con valores que no pasan de moda aún en la era de las oficinas informales y digitalizadas (Apple habrá puesto su buen dinero en esta película): paciencia, buena predisposición, buena presencia, la sabiduría social que los niños grandes de la empresa no tienen, y la humildad suficiente para empezar de cero: Ben se toma todo como una experiencia más, un aprendizaje que la vida le depara.
Más difícil es entrar en el mundo de Jules, enloquecida por el éxito de su empresa en un año y medio, y por estar en todos los detalles: le han hecho fama de dura y de que no le presta atención a nadie, pero en realidad es una muchacha sobreexigida que necesita apoyarse en alguien, y en algún momento descubrirá en el hombre mayor un hombro donde apoyarse y tener un poco de remanso: uno de los ejes de la historia está en la búsqueda del CEO que tome el comando de la hipertrofiada empresa, a riesgo de perder el toque personal de la chica.
Formato sin imposiciones
Quizás una de las gracias de esta cinta es cómo manejar los tópicos de la comedia romántica sin serlo en sentido estricto, pues la pareja protagónica no está unida por un interés romántico, sino que hay un vínculo entre paternal y amistoso entre el hombre mayor y la muchacha.
Pero allí está la ciudad de Nueva York, declarada capital de la comedia romántica por la extinta Nora Ephron: una ciudad donde lo majestuoso se combina con lo pedestre (¿alguien podría imaginarse una obra del género en Los Ángeles, un conglomerado de autopistas?), y donde el pasado edilicio se recicla en lo nuevo (algo se hablará de eso). También hay un viaje como punto de inflexión en el entramado de relaciones y en la resolución de la trama, y una apelación a las segundas oportunidades.
Porque por ahí va la cosa. También se trata con respeto el tema de las segundas oportunidades en el amor para los adultos mayores: por supuesto que el simpático señor de traje encontrará una damisela todavía de buen ver y poco rollo (no hay tanto tiempo que perder a esa altura, parecería). Del otro lado, Jules enfrenta una crisis matrimonial producto de su éxito en los negocios, que la hará barajar y dar de nuevo.
Pura química
Con todo esto queda claro que es una comedia romántica sin que los protagonistas se enamoren, aunque el amor esté por ahí. Pero hay otra regla que se cumple: la dupla protagónica tiene que ser admirable para su género y adorable para el opuesto; el hombre tiene que ser galante pero sensible y la chica fuerte pero frágil y “abrazable”.
A estas alturas, ya conocemos casi de memoria el repertorio expresivo de Robert De Niro, pero no nos cansamos de él; y acá menos, porque su personaje es sosegado, seguro pero no impulsivo, la contracara del viudo amargado que interpretó en “Último viaje a Las Vegas”, donde descargaba varios de sus tics (también se reía de ellos, valga la aclaración). Podría decirse que es el abuelo que muchos querrían tener, e incluso un galán para varias señoras de la platea.
Como contrapartida, a Anne Hathaway le seguimos encontrando matices: lejos de la descomunal interpretación de Fantine en “Los miserables”, la chica que nos llamó la atención como Meghan en la serie “Get Real” hace unos tres lustros, antes de “Diario de la princesa” (de ahí salió también Jesse Eisenberg) ya había demostrado sus dotes para el género en “Del amor y otras drogas” y sí, hay consenso en que es bonita incluso cuando llora.
De los secundarios, hay que destacar a Adam DeVine (Jason), Zack Pearlman (Davis) y Jason Orley (Lewis), los adolescentes tardíos de la empresa, responsables de los pases de comedia a lo Seth Rogen. Rene Russo se pone en la piel de Fiona, el interés romántico de Ben, lo que la posiciona como una bella señora de las seis décadas (aunque sin tanta potencia como la Mary Steenburgen de “Último viaje a Las Vegas”).
Acompañan en el elenco Christina Scherer (Becky, la también exigida secretaria de Jules), Anders Holm (Matt, el marido de la protagonista: un personaje que necesitaría más gancho, a pedir de la historia) y Andrew Rannells (Cameron, el número dos de About The Fit). La frutilla del postre es JoJo Kushner, adorable niñita que interpreta a Paige, la hija de Jules y Matt: ¿cómo consiguen estos niños actores tan sueltos? Por acá todavía extrañan a Marcelo Marcote.