Los Farrelly no se venden
A lo largo y ancho de casi dos décadas, Bob y Peter Farrelly pasaron de la sonsera hilarante de esos dos nenes en cuerpos de adultos de Tonto y retonto (Dumb & Dumber, 1994) hasta este par de amigos con una semana de libertad matrimonial de Pase libre. Lejos de un anclaje en el habitual puritanismo en las comedias norteamericanas –las que se estrenan en Argentina: aún esperamos verlo a Will Ferrell en pantalla grande-, los hermanos forjaron una filmografía que madura junto a ellos. Pase Libre (Hall Pass, 2011) sigue esa tendencia manteniendo su estilo inalterable.
Rick (Owen Wilson) está hastiado de la rutina matrimonial. Ama a su mujer y es feliz con sus hijos, pero no puede evitar empalagarse los ojos con cuerpos femeninos ajenos a su universo. Algo similar le ocurre a su mejor amigo Fred (Jason Sudeikis, una de las nuevas caras de SNL). Sienten impotencia por su estado civil. Están convencidos de que, solteros, tendrían una capacidad de conquista admirable. Es así que sus esposas (Jenna Fischer y Christina Applegate) deciden irse y otorgarles el pase libre del título, una suerte de virtual soltería durante siete días para validar (o no) sus dotes de galanes.
Los hermanos Farrelly forjaron una filmografía amalgamando la tontería y subrepticia maldad de sus personajes con la incorrección política y artística abundante en escatología y groserías gratuitas. Sin embargo, sus últimos films se han desplazado hacía donde muchos -Adam Sandler y su Spanglish (2004) y Click (2006), la inminente Una esposa de mentira (Just Go with It, 2011) felizmente patea el tablero- recalaron para hacer de su cine otrora anárquico e irreverente uno más formal (no en el sentido artístico y técnico, sino en el moral) que toma el matrimonio como el fin de la diversión y la inmadurez, a la institución familiar como punto máximo de sus criaturas. Vale pensar en el relegación del beisball del personaje de Jimmy Fallon en pos de su novia en Amor en Juego (Fever Pitch, 2005), o el viaje de ida de Ben Stiller en La mujer de mis pesadillas (The Heartbreak Kid, 2007), donde contrapesa una relación brutalmente desesperanzadora frente otra más luminosa. Es notable cómo ambos operan de forma similar, buscando el cambio y la aceptación del matrimonio como acto inminente (¿e inevitable?) en sus vidas.
Pase Libre va un paso más allá: los personajes ya están con la sortija, encorsetados en la rutina, presos de sus familias, y anhelan una vuelta al jolgorio adolescente. Ok, se parte de una resignación y falta de lucha poco común en las comedias. Pero se la tuerce ni bien acceden al pase. La pareja protagónica opera con un libertinaje pocas veces visto en el cine Farrelliano: se drogan, comen, patean todas y cada unas de las reglas establecidas no por el mundo actual, sino por el que ellos creen vivir. El error sobreviene allí, cuando son los mismos personajes quienes no entienden un mundo por demás actual y con reglas propias. En esa discordancia subyace el punto desmitificador de las principales críticas que recibe la película. Pase Libre no es una oda al matrimonio ni una película conservadora ya que lo toma como desconector y aislante, como creador de un metamundo hogar adentro. Si quisiera entronizar el formalismo y castigar la inmadurez, mostraría infidelidades que se preservan en un poco inocente fuera de campo.
Para eso montan un dispositivo a medida, propia de la factoría. Así, mientras otros buscan cooptar público escondiendo su sabiduría bajo la alfombra para cooptar más audiencias alrededor del mundo (Tina Fey y Steve Carell en la correcta pero despersonalizada Una noche fuera de serie (Date Night, 2010), Katherine Heigl en la pésima y golpebajista Bajo el mismo techo (Life as We Know It, 2010), los hermanitos vuelven a enarbolar la bandera de la incorrección y la incomodidad puritana. Por eso cuando parecía encaminarse hacía un happy ending común y miles de veces recorrido, los Farrelly ponen en el personaje de una Jason Sudeikis una línea final de antología, muestra fiel de que él y su amigo quizá sí han logrado la maduración emocional, pero no la mental: ellos fueron, son y posiblemente serán inmaduros. Los Farrelly los muestran tal como son. Ellos no se venden.