Escatología social estilo Farrelly Bros.
Injustamente acusados de misóginos, los creadores de Loco por Mary y Amor ciego vuelven a poner en juego un humor de tintas recargadas, pero que pinta cuestiones maritales de manera mucho más certera que varias películas consideradas “serias”.
No son las comedias dramáticas del cine estadounidense, chorreantes de respetabilidad, sino las más impresentables, las que desde hace un tiempo se vienen haciendo cargo, de modo extremo, de la clase de cuestiones de pareja que llevan a la gente al psicólogo. Tanto Aquellos viejos tiempos (Old School, 2003) como Un loco viaje al pasado (Hot Tub Time Machine, 2010) abordaban el infantil deseo de un grupo de cuarentones de volver a los dorados tiempos del secundario. Las locuras de Dick y Jane (2005), ¿Qué pasó ayer? (2009) y Una noche fuera de serie (Date Night, 2010), el caos que acecha tras la apariencia de perfecta estabilidad matrimonial. En lo que puede considerarse un regreso al salvajismo de Loco por Mary o Amor ciego, en Pase libre los hermanos Farrelly dan, a uno de los asuntos favoritos de toda esta línea de películas –el del matrimonio como tumba del deseo– un tratamiento que, tratándose de quienes se trata, no podía ser sino de choque.
El pase libre del título es el que dos esposas deciden concederles a sus respectivos, para que durante una semana hagan lo que se les cante. Teniendo en cuenta que Rick (Owen Wilson, con marcas del mal momento que atravesó un tiempo atrás) no puede dejar de darse vuelta cada vez que una chica le pasa al lado, ni siquiera cuando va del brazo de su mujer, y que la falta de deseo de la suya obliga a Fred (el por aquí desconocido y muy buen comediante Jason Sudeikis, proveniente de Saturday Night Live) a masturbarse noche por medio en su 4x4, se entiende que “lo que se les cante” quiere decir “encamarse con todo lo que se les cruce”. Una amiga canchera (la veterana Joy Behar, que merecería una película para ella sola) les sugirió la idea a Maggie (esa gran comediante que es Jenna Fischer, conocida por la serie The Office y ninguneada por Hollywood) y Grace (Christina Applegate, inolvidable hija promiscua de Casados con hijos). La idea de fondo no tiene un pelo de tonta: que se demuestren a sí mismos que están a años luz de los sátiros que creen ser y que después vuelvan mansitos a comer de la mano de mamá.
A pesar de que su humor de vestuario haya llevado a más de uno a acusaciones de misoginia hechas en piloto automático, cuando Bobby y Peter Farrelly prenden el ventilador no apuntan la caca en un solo sentido. La desparraman democráticamente. El sol de Cameron y los planetas machos que giraban a su alrededor, en Loco por Mary, Jim Carrey yendo detrás de la chica del título en Irene, yo y mi otro yo y Jack Black alucinando que un fenómeno de 200 kilos era Gwyneth Paltrow (en Amor ciego) demostraban que los Farrelly tendrán muchos pelos, pero ninguno de misóginos. Aquí, mientras esos Homeros que son Rick, Fred y sus amigos se pasan las noches comiendo comida basura hasta reventar, quedándose dormidos o mirando a una chica hot (la australiana Nicky Whelan, verdaderamente hot) sin saber qué hacer, sus Maggies fiestean sin culpas con los miembros de un equipo de béisbol.
Desde La comezón del séptimo año en adelante (incluso para atrás, si se piensa en las llamadas “comedias de rematrimonio” de los ’30 y ‘40), a lo que lleva esta clase de recreos sexuales no es, desde ya, a matrimonios abiertos ni nada parecido, sino a una simple pero sanísima recarga de pilas matrimoniales. Quien busque modelos de familia alternativos hará mejor en apuntar fuera de Hollywood, y por muy de autor que sea, Pase libre sigue siendo una película de Hollywood. Si es muy buena, más allá de cierta baja de tensión en su último tercio, no es sólo por la altura con que trata temas y personajes –los Farrelly combinan como nadie bajos instintos y alta estima– sino por el vale todo que se permite, su infrecuente salvajismo cómico y la sabiduría en la elección del elenco. En términos estéticos la película es tan tosca como todas las de los hermanos, con unos encuadres cualesquiera y una luz tan dura y pareja como ya no se ve ni en Canal 9.
En verdad, Pase libre no es simplemente tosca: es fea. Sería ridículo que no lo fuera, teniendo en cuenta las cosas que pasan: un señor casado que además de masturbarse en su auto saca previamente “fotos mentales” a las chicas lindas para su “banco de pajas”, una chica que durante una cita amorosa se hace caca encima (pero no con un quejido, sino con un estallido), un hombre rescatado de un desmayo, en un sauna, por dos tipos cuyos pitos –uno de ellos de tamaño baño– cuelgan al lado de su cara. Teniendo en cuenta que sus protagonistas son, como siempre en el cine de los hermanos F, la más crasa representación del “americano medio”, esa crasitud deja de ser un simple mal gusto adolescente por el pis y la caca, para elevarse a la condición de escatología social. Pero no es que Peter & Bobby odien o desprecien el mundo que muestran, como sucede con otra pareja de hermanos (los Coen). Véase la mezcla de calidez, complicidad y respeto con que tratan a todos sus personajes, empezando por Maggie y Grace y alcanzando un pico de la más contagiosa camaradería en el grupo de amigos de los protagonistas, entre quienes descuella el británico Stephen Merchant, socio creativo del gran Ricky Gervais.